La muerte de Cristo a los ojos de la medicina

Ciencia y religión, quizás las más importantes áreas del conocimiento humano, no siempre se encuentran para colaborar, aunque a grandes rasgos, y desde diferentes puntos de vista, ambas tienen en común la constante b&uac

Ciencia y religión, quizás las más importantes áreas del conocimiento humano, no siempre se encuentran para colaborar, aunque a grandes rasgos, y desde diferentes puntos de vista, ambas tienen en común la constante búsqueda de la verdad. Ver infografía
Las escrituras cristianas nos cuentan el martirio sufrido por Jesús de Nazaret, divinidad que descendió a la tierra, nació como hombre para vivir y morir como hombre, dando un ejemplo con su vida, y con su muerte y sacrificio de una nueva promesa espiritual para toda la humanidad.

Para la ciencia todo aquello que no puede ser comprobado es dudoso, y uno de los grandes dilemas sobre la veracidad histórica del relato es la ausencia de un cuerpo, pues según el relato bíblico, el Señor Jesús se levantó de su tumba al tercer día abandonando el sepulcro.

Es probable que en esta parte nunca se pongan de acuerdo. Pero gracias a los avances de la medicina y, sobre todo, de las ciencias forenses, algunos expertos se han atrevido a plantear, desde un punto de vista científico y legal, las causas directas de la muerte de Jesús usando la descripción relatada en las Sagradas Escrituras y apoyándose en hallazgos arqueológicos que permiten comparar lo que padecieron otros que murieron crucificados.

De acuerdo con lo narrado en el Nuevo Testamento, el martirio de Jesús inició con su detención en Getsemaní, quizás un poco antes, si consideramos que el “Nazareno” conocía su destino, por  la angustia que refleja su última oración antes de ser detenido, y por la descripción dada en Lucas 22:44, “Y estando en agonía, oraba más intensamente: y fue su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra”.

Parece la descripción de una “hematidrosis”; una rara condición en la que el organismo, como respuesta a una situación de estrés máxima, provoca una fuerte vasoconstricción cutánea y abdominal y un aumento de la presión arterial, para preparar el cuerpo ante una situación de peligro inminente, llevando sangre y oxígeno a los órganos vitales. La manifestación visible de esta condición es una gran sudoración, que busca disminuir la presión, pero en ocasiones la sangre se acumula en los puntos de vasodilatación dirigiéndose a las glándulas sudoríparas y saliendo al exterior mezclada con el sudor.

Sometido a lo inhumano

Desde su arresto fue privado de alimentos y bebidas, agravando su estado físico, además de que fue sometido a interrogatorios y a juicios.

La condena fue la crucifixión; un método de castigo y ejecución de origen oriental, usado por los persas, caldeos, egipcios, griegos y romanos en diferentes modalidades, desde un solo madero vertical, donde se ataba al condenado, hasta varias formas de cruz: Immiza (+), decussata (X) y Commissata (T).

La ley romana establecía la flagelación para los condenados a muerte y para esto se utilizaba un instrumento llamado “flagrum” con el que se azotaba al prisionero que, después,  era obligado a cargar el travesaño de la cruz hasta el punto de la ejecución. Se estima que la cruz completa pesaba casi 300 libras y que el travesaño solo; entre las 75 y 110 libras.

Jesús recibió 39 latigazos; sobre su cabeza fue colocada una corona de espinas para burlarse de su condición de rey, tuvo que caminar hasta el Gólgota, lugar de su ejecución, entre 600 y 650 metros, y cargar el travesaño durante buena parte del trayecto.

Para aliviar el dolor de los condenados, se recurría a una bebida narcótica compuesta por un vino agrio, que era consumido por los soldados romanos, llamado “acetum” o vinagre, éste se diluía en agua y se mezclaba con mirra. Pero Jesús se negó a tomar el calmante.

Los romanos clavaban a la cruz a los condenados a muerte y aparentemente para esto no existía un protocolo que fuera más allá de la disposición y crueldad de los ejecutores. El historiador judío Flavio Josefo describió, luego del asedio a Jerusalén en el año 70 de nuestra era, “fuera de sí de rabia y odio se divertían clavando a sus prisioneros en diferentes posturas”.

Según el relato, Jesús fue clavado de pies y manos; la única evidencia de estas prácticas es el pie de un crucificado  encontrado en 1968, en “Giv’at ha-Mivtar”, una localidad de Jerusalén, con un clavo que atraviesa el hueso calcáneo “talón” de forma transversal. Con respecto a cómo se clavaban las manos no hay evidencia científica, pero los expertos parecen coincidir en que lo anatómicamente posible es que los clavos pasaran directamente por las muñecas, desde la palma de la mano, pasando por el túnel carpiano hasta salir por la muñeca.

Los investigadores no han logrado ponerse de acuerdo en cuanto a la forma exacta de la cruz en la que murió Jesús, debido a que el relato no es lo suficientemente claro en este aspecto, y los romanos utilizaban diferentes formas de cruz en sus ejecuciones, pero lo más aceptado es que se utilizó la cruz Commissata con forma de (T), la cual fue modificada para agregar el ‘‘titilus’’, una inscripción que traducida significa “Jesús de Nazaret Rey de los judíos”, convirtiéndola en una cruz Immiza que es la que señala la tradición eclesiástica.

Según el Evangelio de Mateo, la inscripción fue colocada por encima de la cabeza de Jesús, reforzando la teoría tradicional; en caso de que la forma de la cruz hubiera sido otra, entonces es probable que el ‘‘titilus’’ hubiera tenido que ser colocado en otra parte. En cuanto a la altura de la cruz lo más probable es que ésta no fuera muy alta; el profesor Josef  Zias, antropólogo de la Universidad Rockefeller en su obra “Roman Crucifixion Methods Reveal the History of Crucifixion”, señala que la disponibilidad de madera en la región era escasa y que el único árbol con porte para la crucifixión era el olivo y que éste no es muy alto.

Según San Marcos, Jesús pasó seis horas de agonía en la cruz, entre las 9:00 am. y las 3:00 pm; y terminó su suplicio con una oración en voz alta: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”  Lucas 23:46.

La pasión de Jesús: prototipo de estrés

Héctor Mateo
Cardiólogo
Jesús de Nazaret sufrió una sucesión de agresiones en un tiempo muy corto. Había perdido una gran  cantidad de sangre por las heridas, lo cual contribuyó a la deshidratación y disminución del volumen líquido, lo que le provocó un shock hipovolémico para agravar el agotamiento por el prolongado estrés físico y mental al que fue sometido. Jesús experimentó lo que se puede calificar como prototipo del síndrome de estrés con agotamiento total por claudicación de los mecanismos de defensa de su cuerpo”.

La resurrección es el fundamento de la fe

CandelarioMejía
Sacerdote
La muerte de Jesús como hombre es una muestra de obediencia al Padre y amor a la humanidad. Las razones físicas de su muerte pueden ser los maltratos a los que fue sometido, sufrimiento que ningún ser huma- no sería capaz de soportar. Pero el mayor de los misterios es el de su tumba vacía, pues Jesús anunció a sus discípulos su resurrección al tercer día y éste es el fundamento de nuestra fe. “Si no resucitó Cristo, vacía es nuestra predicación, vacía también es nuestra fe” (1 Cor 15, 14).

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