Juguetes que matan

Era invierno, por los pesebres se notaba. Frente al televisor estaba la familia de Manuel Miguel viendo una película de guerra, como era habitual,…

Era invierno, por los pesebres se notaba. Frente al televisor estaba la familia de Manuel Miguel viendo una película de guerra, como era habitual, con muchos muertos y sangre. Su papá, cuando el protagonista del filme encontraba al adversario le pedía excitado, entre saltos y aplausos desbordados: ¡Mátalo, carajo! ¡Mátalo, carajo! Y el hijo reía, orgulloso de aquel hombre.

La madre se mantenía indiferente con el espectáculo: el bingo de la noche y los chismes de comadres le importaban más que las violentas palabras de su esposo.

Ese día, era Navidad o Día de Reyes, no recuerdo, el padre le regaló a Manuel Miguel un uniforme de soldado, con granadas artificiales y una pistolita que disparaba balitas de plástico. Ambos estaban felices. Con tal obsequio y emocionado por la experiencia, luego de finalizada la película el niño convirtió su habitación en un improvisado campo de batalla.

Esa noche no durmió, disparando sin cesar e imaginando cómo caían los enemigos figurados, y gritando frenético: ¡Te maté, carajo! ¡Te maté, carajo!
Luego de las vacaciones, un lunes de enero iniciaron las clases, lo cual no fue del agrado del niño, que tenía que estudiar, ni de sus familiares, que debían levantarse más temprano y llevar a su vástago al colegio.

La criatura lo primero que hizo fue colocar su pistolita en la mochila, con una buena cantidad de balitas. Olvidó los libros y la merienda, y sus progenitores ni se percataron de ello. Su padre observó el material bélico y solo pensó: “Qué hijo más macho tengo”.

Mientras tanto, la madre conversaba por teléfono con la dueña del salón de belleza, pues se preocupaba más por limpiar su rostro que su corazón.
En la escuela, los estudiantes corrían alegremente por el patio. Pero Manuel Miguel tenía otras cosas con qué entretenerse. Buscó lentamente su pistolita, la cargó, y se inspiró en todo lo que observaba en su hogar. Era tiempo de actuar, de demostrar que él podía ser alguien digno de su padre.

El niño apuntó con su arma hacia la entrada de la cantina. “Al primero que pase le disparo”, concluyó. Y mientras lo hacía, las palabras de su padre se apoderaban de su cuerpo: ¡Mátalo, carajo! ¡Mátalo, carajo!

Y vino la desgracia. “¡Quieta, carajo!”, le gritó a Isabelita, una inteligente y preciosa niña que prometía mucho con el pincel y el canto. En eso salió del malvado juguete una balita de plástico que penetró en el ojo izquierdo de la niña.

Los médicos no pudieron hacer nada. Perdió el ojo y casi muere. Esto no es un cuento, es algo real. Por ello, en Navidad, Día de Reyes y siempre, regalemos juguetes de vida.

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