El Malecón habanero, una perla que espera ver mejores días

LA HABANA (AP) — En la costa habanera, las tormentas que vienen del norte producen olas que se estrellan contra un muro de cemento…

LA HABANA (AP) — En la costa habanera, las tormentas que vienen del norte producen olas que se estrellan contra un muro de cemento y salpican con agua salada los autos viejos y a los niños que corretean por el Malecón.

Los pescadores tiran sus anzuelos, hombres con el torso descubierto juegan al dominó y multitudes de jóvenes se reúnen de noche los fines de semana para divertirse, coquetear y tomarse un trago de ron barato.

Es una parte del paisaje ciudadano muy hermosa y conocida: el boulevard que recorre la costa, con sus lámparas con arabescos y edificios de tono pastel que se elevan hacia un cielo azul.

En cualquier otro lugar del mundo, esto sería una vía para los ricos, repleto de restaurantes caros y de turistas dispuestos a pagar cientos de dólares la noche por una habitación con esta vista maravillosa.

Pero a lo largo del Malecón habanero abundan los edificios fríos y húmedos, propiedades donde viven numerosas familias, llenas de moho y desagües tapados. Las paredes están descascaradas y las barras de hierro se ven oxidadas por la sal del aire.

Algunos edificios se vinieron abajo y solo quedan sus fachadas, sostenidas por soportes, que son testimonio de una era arquitectónica más digna.

Ahora, por primera vez desde la revolución de 1959, una nueva ley que permite la venta de propiedades inmobiliarias ha hecho que estos edificios resulten inversiones apetecibles. Otra ley que autoriza a la gente a abrir negocios propios ilusiona a los cubanos respecto a las posibilidades futuras.

Ademas, las autoridades pusieron en marcha un proyecto millonario para renovar alumbrado, aceras y el alcantarillado lo que seguramente mejorará su apariencia y saneamiento.

Este año se dieron unos primeros pasos notables hacia un nuevo modelo económico en Cuba, que hace a un lado varios principios básicos del esquema que primó durante más de 50 años.

El Estado sigue en control de los sectores clave de la economía, desde el energético y la industria hasta la salud y la educación, pero cada vez hay más espacio para que la gente se embarque en alguna forma de iniciativa privada. Las autoridades dicen que los cambios son irreversibles y que esta es la última oportunidad de salvar las finanzas.

Los cubanos, no obstante, creen que los cambios son muy lentos. Los estrictos controles de la inversión extranjera y la propiedad implican que hay muy poco dinero para financiar un renacimiento del capitalismo. Incluso algunos residentes del Malecón que apoyan las reformas impulsadas por las autoridades afirman que pasará mucho tiempo antes de que haya cambios profundos.

«Es dificil, no es que vea el futuro negro, ahora es que estoy viendo una chispita alquien a tres kilómetros que prendió el fósforo», declaró José Luis Leal Ordóñez, propietario de una modesta cafetería. «Pero alguien que prendió el fósforno, no la linterna».

Su cuadra, la primera del Malecón, es un palco privilegiado a las más de cinco décadas de gobierno de Fidel Castro. Los residentes del Malecón observaron desde sus balcones el desarrollo de las grandes fuerzas de la revolución y hoy se preparan para otro capítulo a medida que el hermano menor de Fidel, Raúl, empieza a dar marcha atrás al dogmatismo que caracterizó algunos aspectos del comunismo.

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Dado que la identidad nacional de Cuba estuvo ligada desde siempre a su poderoso vecino 150 kilómetros (90 millas) al norte, tal vez resulte lógico que el Malecón sea el legado de un «yanqui».

Corría el 1900 y el país estaba bajo control estadounidense tras la guerra con España. El gobernador Leonard Wood lanzó un programa de obras públicas para combatir las condiciones insalubres y estimular la economía y el Malecón fue un elemento vital de su proyecto.

En esa época La Habana llegaba hasta a una cuadra del mar. La separaba de las olas una franja de rocas escarpadas y las aguas residuales eran vertidas en la bahía vecina, por lo que los pescadores y los bañistas evitaban esta parte de la costa.

Los hoteles y casinos que le darían fama mundial al Malecón vinieron mucho después.

«La idea era crear un paseo marítimo para que la ciudad, que por entonces le daba la espalda al mar, enfrentase el océano», expresó a The Associated Press el arquitecto Abel Esquivel.

Desde 1994, Esquivel ha estado trabajando con las autoridades municipales en la restauración del Malecón y tratando de salvar sus edificios.

A medida que el boulevard y el paseo tomaban forma, aparecieron las construcciones en esta cuadra. Una de las primeras fue una pensión de tres plantas, con 12 departamentos para solteros y parejas sin hijos.

Esas propiedades han sido divididas una y otra vez para aprovechar todos los centímetros, y allí residen hoy unas 70 familias que ocupan todos los rincones.

Leal tiene su cafetería en la casa donde nació hace 46 años, en un pasillo oscuro. Su clientela son mayormente los vecinos y el puesto pasa inadvertido a los turistas.

Firme creyente en la revolución, Leal agradece la oportunidad de no tener que pagar alquiler y de haber podido sacar dos maestrías costeadas por el Estado.

No obstante, luego de trabajar por años para burocracias estatales ineficientes, dejó su empleo y el 1ro de mayo abrió su puesto de refrigerios. Está ganando más que antes, lo suficiente incluso como para hacerle una fiesta de «quinceañera» a su hija.

Es una de las personas de la cuadra que mira con buenos ojos la apertura de Raúl Castro a la iniciativa privada. Otro es Omar Torres, que tiene un «paladar» —como se le dice a restaurantes que funcionan en casas particulares— en una terraza en una segunda planta, con vista al mar.

Debajo suyo, un artista tiene una galería independiente que vende a los turistas cuadros del «Che» Guevara y de vistas de la ciudad. Si bien no es dueño de la casa, tiene la suficiente confianza en el futuro para estar usando sus ganancias para remodelar su vivienda.

Algunos vecinos alquilan habitaciones a los turistas y vendedores callejeros, ahora con licencias, ofrecen maníes en conos de papel.

«El cubano, sueña sentirse realmente dueño de su destino, que el Estado no se inmiscuya en las cosas personales», dijo Leal.

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Desde sus comienzos, el Malecón fue un sitio donde se reunía la gente, se celebraban los acontecimientos importantes, se lloraban las penas o se hacían conquistas amorosas. Para la década de 1920 era uno de los sectores predilectos de la clase media habanera, que se paseaba por allí con sus vehículos.

La Habana creció sin que hubiese una planificación urbanística y el Malecón pasó a ser uno de sus sitios de encuentro más importantes, según el historiador Daniel Rodríguez, un investigador cubano-estadounidense de la Universidad de Nueva York.

«Creo que lo más cercano que tienen La Habana a un centro urbano es este largo paseo marítimo», expresó Rodríguez. «Es (el equivalente a) una larga plaza».

Hoy el paseo de cemento se prolonga seis kilómetros (cuatro millas), desde el puerto hasta el río Almendares, el último tramo en completarse, en 1958, bajo el gobierno del dictador Fulgencio Batista.

Era una época intensa, en que los locales nocturnos de la ciudad vibraban al ritmo del mambo y los casinos manejados por la mafia atraían multitudes de turistas estadounidenses al Malecón. Los días de aquella situación, sin embargo, estaban contados.

En enero del año siguiente, el joven rebelde Fidel Castro ingresó triunfalmente a La Habana y al poco tiempo comenzó a confiscar mansiones y edificios de departamentos, entregándoselos a sus inquilinos o a los pobres, desatando una transformación total de los patrones habitacionales, de la economía y la sociedad en general.

Castro declaró que la propiedad privada de inmuebles era incompatible con los ideales de la revolución.

«Para la burguesía», dijo el ex mandatario, «patria, sociedad, libertad, familia, hombre siempre se ha resumido en un solo concepto: propiedad privada».

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En un país en el que todo el mundo tiene garantizada una vivienda, personas de varias generaciones viven a veces amontonadas bajo un mismo techo.

El gobierno es el propietario de una cantidad de viviendas cuyos arrendatarios no pagan nada o hacen un pago simbólico del equivalente a unos dos dólares al mes.

Algunos de sus residentes no tienen el menor sentido de propiedad y destrozan los edificios viejos, arrancando maderas, bloques y azulejos decorativos para usarlos en otras cosas o venderlos. Esto, combinado con un clima inclemente y la falta de mantenimiento, aceleró el deterioro de los edificios del Malecón.

Uno de ellos, el Hotel Surf, era una belleza cuando Griselia Valdés llegó allí en 1963, con 18 años y recién casada. La entrada estaba decorada con azulejos rosados y negros y con bancos blancos. En al primer nivel había un restaurante y las habitaciones tenían aires acondicionados.

Los azulejos del frente desaparecieron hace rato, arrastrados por las tormentas y un tubo de desagüe cuelga sobre una madeja de cables eléctricos en un pasillo. Cuando llueve, el agua se filtra por las paredes y se forman charcos en el lobby.

El ascensor fue retirado hace años, pero el motor quedó en la parte alta del hueco, oxidándose, y los vecinos teme que se venga abajo en cualquier momento dañando aún más el edificio.

«Mayormente somos (nosotros) los que hemos desbaratado este edificio con las barbacoas (habitaciones logradas a partir de colocar un entrepiso antes de los techos de puntales altos), con los golpes, con los trancazos, con tupir las cañerías, los tragantes. De no cuidar, la indolencia», se lamentó Valdés.

Jan Ochoa Barzaga, que vive en el sótano del hotel, duda por su parte de que las reformas de Raúl Castro produzcan grandes cambios. Este obrero fabril se siente frustrado por el hecho de que su novia, igual que tantos otros cubanos, reciba educación universitaria gratis de parte de un gobierno generoso y luego tenga un empleo mal pagado.

Ochoa trató de irse de la isla por mar en 2009, pero fue capturado. Si se presentase otra oportunidad de irse, no lo pensaría dos veces.

«Si ellos abrieran», dijo el hombre de 32 años, «yo me fuera de aquí».

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El Malecón siguió desempeñando un papel prominente durante el gobierno de Fidel Castro.

En la década del 60, tras la fallida invasión de Playa Girón, se realizaron allí maniobras militares y en el 2000, Castro personalmente, bandera en mano, encabezó marchas a lo largo del Malecón para exigir que Estados Unidos devolviese al niño balsero Elián González.

Años antes, Cuba enfrentaba una severa crisis económica tras el derrumbe de la Unión Soviética y miles de personas aparecieron en el Malecón con llantas y balsas y zarparon tratando de llegar a la Florida. Muchos no lo consiguieron.

El 5 de agosto de 1994 estallaron protestas en el boulevard y las calles vecinas, que fueron probablemente el mayor desafío jamás enfrentado por Fidel desde su llegada al poder. En medio de saqueos y de decenas de arrestos, Castro se presentó y habló a una muchedumbre desde un vehículo militar.

«Fuimos testigos de eso, ahí uno comenzó a redimensionar la significación que tiene para los cubanos Fidel… ante un momento de caos, de incertidumbre», comentó Torres, quien recordó como «hasta los mismos revoltosos comenzaron a gritar ¡Fidel!, ¡Fidel!», en su apoyo.

Pero el líder fuerte y carismático debió entregar el poder a su hermano tras una enfermedad que lo puso al borde de la muerte en 2006.

El futuro está en manos ahora de Raúl, de 80 años y que tiene cinco menos que Fidel.

Raúl dejó caer una bomba tras otra con anuncios de reformas económicas en estos años, pero posiblemente ninguna causó más conmoción que la decisión de legalizar el mercado de bienes raíces.

Sin embargo, no hay indicios de cambios inmediatos en el Malecón. Pocas personas tienen títulos de propiedad y la mayoría alquilan al gobierno.

Las nuevas leyes, por otra parte, incluyen artículos que buscan combatir la acumulación de propiedades o riqueza por parte de un individuo y las autoridades insisten en que no están dispuestas a abrir las puertas al capitalismo.

«Las medidas que estamos aplicando y todas las modificaciones que resulte necesario introducir en la actualización del modelo económico, están dirigidas a preservar el Socialismo, fortalecerlo y hacerlo verdaderamente irrevocable», expresó Raúl Castro en un discurso en 2010.

Además, está el asunto del dinero: Cuba tiene una clase media diminuta y poca gente en condiciones de pagar una vivienda frente al mar y mantenerla frente a los estragos del aire cargado de sal y la caricia de las olas.

La nueva ley, por otro lado, impide que una persona que no sea residente permanente adquiera una propiedad, incluidos los exiliados que sueñan con volver algún día.

Para Jorge Sanguinetty, quien pasó su infancia a pocas cuadras del Malecón y se formó como economista en Cuba antes de irse en 1967, la historia del paseo es algo personal.

«Yo era como Tom Sawyer o Huck Finn. Iba a pescar allí, caminaba entre las rocas. Durante las tormentas veíamos la sal de las olas en nuestras ventanas», relató Sanguinetty, quien dijo que 40 años después sigue soñando con eso. «Tienes que ver el ocaso en el Malecón. Es sensacional».

Sanguinetty, fundador de la firma de desarrollo internacional DevTech Systems, está escribiendo un libro sobre las posibilidades de desarrollo futuro de Cuba y ha seguido el tema de cerca por años. Dice que las mismas fuerzas que causaron el deterioro del Malecón son las que contribuyen a su encanto.

«El estancamiento de La Habana tuvo esta consecuencia, que no fue buscada: Por más que las cosas se estén viniendo abajo y ya no puedan ser recuperadas, La Habana seguirá siendo un sitio muy desable porque no hubo un desarrollo descontrolado», manifestó por teléfono desde su oficina en Miami. «Aquí hay muchas joyas arquitectónicas, y el Malecón es una de las joyas más bonitas de la corona».

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La Oficina del Historiador de La Habana es la que decide todo lo relacionado con el Malecón, aunque muchas otras dependencias estatales intervienen en las decisiones cotidianas que se toman, como el alumbrado o la electricidad.

La Oficina del Historiador es una dependencia mayormente autónoma que recauda millones de dólares anuales —la cifra exacta no se conoce— de hoteles y restaurantes para turistas que administra en edificios restaurados y los invierte en obras de reconstrucción.

Cifras ofrecidas por la institución dijeron que actualmente tiene 180 proyectos de rescate o intervención arquitectónica, que se suman a los cientos ya completados.

Su trabajo produjo un renacimiento que se hace evidente en el vistoso Centro Cultural Hispanoamericano, una casona pegada al edificio que tiene la cafetería de Leal y el restaurante de Torres y que era ocupado por muchas familias antes de ser rescatado.

Unas pocas puertas más allá hay otro edificio casi totalmente reconstruido con departamentos nuevos arriba de un restaurante del Estado, un modelo mixto que podría ser imitado.

Abundan también los recordatorios de que el dinero escasea en la isla.

Los residentes de esa primera cuadra del Malecón cuentan cómo, a comienzos de los años 2000, en el lugar que ocupaba el Hotel Miramar —un edificio del 1902, ahora derrumbado, en el que mozos con esmoquin atendían una clientela rica_, Fidel Castro y el presidente chino Jiang Zemin anunciaron la construcción de un centro turístico de 24 millones de dólares, a ser financiado en parte por Beijing.

Las obras fueron suspendidas misteriosamente después de unas semanas. Hoy quedan los ladrillos de la primera planta, sin terminar, y una imagen contra un muro que muestra una estructura de vidrio, muy moderna, de lo que jamás se llegó a construir.

A pesar del deterioro y de las ilusiones frustradas, los residentes dicen que viven en un sitio mágico, que crea un sentido de comunidad a tan solo una cuadra de la costa.

«Estoy al lado como se dice del balcón de la ciudad, que es el Malecón, para mi no hay un espacio más sagrado que este donde vivo», comentó Leal.

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