Peluca, de la noche a la mañana

Cuando yo era niña, quería llevar el pelo largo. Es que en esa época,  la extensión del pelo era una prueba irrefutable…

Cuando yo era niña, quería llevar el pelo largo. Es que en esa época,  la extensión del pelo era una prueba irrefutable de belleza, un certificado de que no pertenecías al “Club de la feura”. Barbie venía con pelo largo. Y como ella: la Bella Durmiente, Cenicienta, Blancanieves, Pocahontas… No recuerdo ver a ninguna heroína de Disney con un pajecito. Por eso, todas las noches, al borde de la cama, con los ojos suplicantes y casi rajada en llanto le pedía al cielo un milagro de vanidad: por favor, Dios mío, dame el pelo largo, por favor, Dios mío, dame el pelo largo, por favor Dios… Y el resultado era el mismo: una “cacatica”, tiesa, ‘crespísima’ y corta.

Por ello, me aventuré a ser práctica en hacer realidad la petición: me puse una peluca.  Pero en algo falló la aventura. ¡Nadie me dijo que peluca + baile era una fórmula de explosión! Y tras ponerme una larguísima, negra, bella y enrolada e irme de discoteca; me sacó un hombre a bailar que, para colmo, era hasta profesor de salsa. 

En plena pista, empezó a marcar pasos, a combinar otros y yo, en pleno esfuerzo para salir de todo airosa. Anjá sí… hasta que, ¡zas! Me echó para atrás con la espalda recta, en un paso de baile en el que se supone que mi cabeza debía quedar colgando. Al hacerlo, solo pensé “ay, mi madre se me va a caer este asunto”.  Y como salió chulo, él lo repitió. Y es justo ahí que volví a pedir con ojos suplicantes al cielo un milagro de vanidad, en este caso, necesaria: por favor, Dios mío, que no se me caiga la peluca, por favor, Dios mío, que no se me caiga la peluca, por favor Dios… Esta vez, el cielo me escuchó y, mejor aún, me complació. “Ay, no me hagas así que tengo problema en la columna vertebral y además, me mareo”, fue la excusa que, ayudada por las autoridades celestiales, se me ocurrió. Y no volvió a repetirlo.

Ni bien llegué a casa y me quité todos esos moños sintéticos y saqué todas mis hebras cortas y de color rojo rabioso que llevaba en esa época. Ahí me di cuenta de que la vida con el pelo larguísimo no era como yo había soñado, de que las heroínas de Disney tenían ese pelo porque eran dibujos; y de que, aunque hay mujeres que sí tienen ese tipo de melenas, en casos como el mío, había que resignarse y pensar que no toda greñita fue creada para ser extensa.  Ah, y de que lo que la naturaleza me “donó” en ritmo, me lo quitó en largo de cabellera…

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¿Quién es Viena Divaluna?

 

Periodista-bailadora acusada de ser «poco normal». Ni gorda ni flaca, pero más gorda que flaca. Y aunque adelgace para verse y parecer normal, nunca será normal porque esforzarse por ser normal no es normal: ¡es raro!  Puedes seguirla mediante su cuenta de Twitter: @VienaDivaluna.

Otros temas de su columna Ciudad de locos:
«Aroma a taxista»

 

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