Cavalleria Rusticana un gran momento para el Teatro Nacional

Cavalleria Rusticana (Caballerosidad pueblerina o Nobleza rústica), de Pietro Mascagni, una de las obras más famosas del verismo en la ópera, fue presentada la noche del jueves de esta semana en el Teatro Nacional, en una única  y memorable función

Cavalleria Rusticana (Caballerosidad pueblerina o Nobleza rústica), de Pietro Mascagni, una de las obras más famosas del verismo en la ópera, fue presentada la noche del jueves de esta semana en el Teatro Nacional, en una única  y memorable función  en la modalidad concierto, lo que se ha hecho muy popular para evitar los costos de la escenografía y el vestuario propios del género.

Una sobresaliente actuación de conjunto del elenco de cantantes extranjeros y dominicanos, dejó una grata sensación en el público que llenó el teatro, con la soprano Cynthia Lawrence en el difícil papel de Santuzza, el tenor Eduardo Villa como Turiddu y el barítono Jason Stearns como Alfio, destacándose, sin palidez, las breves pero soberbias intervenciones de la mezzoprano Pura Tayson, en el rol de Lola, y la de  Glenmer Banessa Pérez, ambas dominicanas,  en el de Lucia, las grandes y agradables sorpresas de la noche, una de las mejores en la historia del teatro.

Cabe destacar, por el justo equilibrio que impregnaron a la función, la impresionante y apasionada dirección  del maestro José Antonio Molina, la perfecta sincronización de la Orquesta Sinfónica y el deslumbrante papel del coro de más de cien voces, que hicieron de la función una noche inolvidable, para felicidad de Niní Cáffaro y el teatro a su cargo. Esta obra, de un solo acto cuya duración es de apenas una hora y diez minutos, está basada en un relato novelístico de Giovanni Verga y se desarrolla en un pequeño pueblo de Sicilia. Tras un breve preludio, la ópera  empieza con una hermosísima aria para tenor cantada fuera de escena, en el mejor de los estilos “napolitanos”(O Lola, c’hai di latti la camisa” Oh Lola, cuya camisa es blanca como la leche).

Turiddu (tenor lírico) es un joven aldeano que regresa de la guerra y trata de revivir su amor por Lola (mezzosoprano ligera), quien en su ausencia se casa con Alfio (barítono), un arriero de la aldea.  Ante esa situación, Turiddu se relaciona por despecho con Santuzza (soprano dramática). Lola, celosa, seduce a Turiddu (Me I’ ha rapito), lo cual provoca sentimientos amargos en Santuzza.

Es fiesta de Pascua y todo el pueblo está reunido en la iglesia, menos Santuzza y Lucía (contralto) a quien la primera revela su sufrimiento en una emocionante aria (Voi lo sapete, o mamma). Santuzza, quien ha visto salir a su novio de la casa de Lola, le suplica que no lo abandone, iniciando un memorable dúo  (Oh Turiddu, rimani ancora), pero éste la rechaza recibiendo a cambio una maldición tras lo cual Santuzza corre donde Alfio para denunciar a su amante.

Tras la salida de la iglesia, Turiddu invita al pueblo a brindar en la taberna, mientras le canta festivamente “Viva el vino espumante” (Viva el vino spumeggiante), al que los aldeanos celebran con sus “vivas”. El ambiente se ensombrece con la llegada de Alfio, cuya agresividad provoca el retiro de todos los congregados, incluso Lola, temerosa de un desenlace fatal. Los dos hombres se abrazan y el joven le muerde una oreja en señal de aceptación del desafío.

Antes de batirse, Turiddu acude presuroso donde su madre, en una de las áreas más hermosas y dramáticas de la obra (Mamma,  mamma, quel  é vino generoso), suplicándole que si muere se haga cargo de Santuzza, a quien le había prometido matrimonio.

Ante la preocupación de la mamma por su tono sombrío,  insiste con la aflicción que se percibe en ese último gran momento de la ópera (Un bacio, un bacio, mamma, un’altro bacio). Es un aria llena de ternura en la que confiesa estar embriagado y le pide su bendición “como hiciste aquel día en que partí como soldado”. Corre luego a enfrentarse con su rival, quien le hiere de muerte. Se escucha entonces el grito fatal de una mujer que anuncia su muerte “ Hanno ammazzato compare Turiddu (Han matado al compadre Turiddu)  Santuzza llora de desesperación y la orquesta termina estremecedoramente la ópera.

Debido a su corta duración, se ha hecho habitual que esta obra se presente o incluya en una misma grabación  discográfica con I Pagliaci, de Leoncavallo. Se las considera a ambas entre las más altas creaciones de la corriente verista de finales del siglo XIX, pero a pesar de la relativa sencillez de su argumento Cavalleria Rusticana es una obra que requiere mucha pasión y emotividad de parte del elenco y de la orquesta. Por eso, muchos críticos han sido severos al enjuiciar las diferentes interpretaciones de las más afamadas voces que la incorporaron a sus repertorios desde su estreno el 17 de mayo de 1890, en el Teatro Costanzi de Roma.

“Es por esto que es difícil encontrar una grabación equilibrada de esta ópera”, escribió el crítico de renombre mundial Enrique Pérez Sen. “Las hay que se quedan cortas en lo expresivo dejando una sensación fría, mientras que otras se pasan en ruido y griterío”.

Entre las más celebradas, se incluyen las tres grabaciones más conocidas de Plácido Domingo, cuyo timbre, calidez, extensión y potencia vocal, le hacen ideal para el personaje de Turiddu. También son memorables las versiones de Mario del Mónaco (1960) con Giulietta Simoniato y la  de Carlo Bergonzi y Fiorenza Cossotto (1965) bajo la dirección magistral de Von Karajan.

Otras inolvidables intérpretes dejaron huellas profundas en la memoria de los aficionados, entre los cuales es justo mencionar la de Beniamino Gigli, de antología, y la que hicieron (Emi, 1953 ) bajo la dirección de Tulio Serafín, María Callas y Giuseppe di Stefano, dos de las más bellas voces de todos los tiempos. Entre las mejores es obligado mencionar la grabada por el tenor sueco Bjorling, dueño de una voz de incomparable belleza, con la yugoslava Zinka Milanov (RCA.1953),  grabación de elegancia y sonoridad inigualable, extrañamente soberbia para una ópera de ambiente pueblerino.

Momento de gran pasión

Un gran momento para Molina, Niní Cáffaro y las dos mezzosopranos dominicanas, una de las cuales, Pérez, mantuvo completo dominio de los registros graves, con un brillo y fortaleza  que alcanzó a destacarse por encima de la orquesta en su rol de contralto.

Alguna de las más grandes voces que han existido, no se ajustan a los rigores de esta ópera, como fue el caso del gigante Luciano Pavarotti, demasiado lírico para un personaje como Turiddu. Su grabación de Cavallería se considera uno de los más ingratos momentos desu carrera.

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