No se sabe cuántas historias se han tejido sobre él. Pero sus “habladurías” van más allá de su ejemplo como hombre trabajador o buen padre de familia. El hecho es que a Emilio Ramírez se le pegaban todas las “mentirotas” o invenciones que se le ocurrían a cualquier paisano que quisiera exagerar un hecho.
Sin embargo, don Emilio tenía un par de “vivencias” que le marcaron su existencia. Narra él que una mañana iba para el pueblo en su burrito y que de repente una culebra espantó el animal. El susto hizo correr al burro a tanta velocidad que de lejos sus cuatro patas parecían las ruedas de un carro.
Fue en eso que se le cayó el sombrero y tuvo que poner los “frenos de emergencia” para detenerlo. Aún así cuando se paró debió retroceder más de 20 kilómetros para recoger su prenda. ¡Oh sorpresa!, cuando se iba a desmontar del animal se apareció un chivo que le dijo: “No, Emilio, no se desmonte de su burro que yo le paso el sombrero”.
Velada
Dicen los que le conocieron que su mayor “guayaba” se la lanzó don Emilio a su esposa. Sucede que él había salido para una velada que se celebraba en un campo cercano y se enamoró de una dama que estaba súper perfumada. La señora le aceptó su compañía y en el “roce” le impregnó su exquisita fragancia.
Eso fue terrible, pues cuando don Emilio llegó a la medianoche a su casa lo primero que entró por la puerta fue la esencia del perfume. “Buen sinvergüenza, otra vez andando con mujeres”, le reclamó la doña, al momento que alzaba el brazo para abofetearlo.
“No lo hagas vieja, déjame explicarte. Cuando venía para acá comenzó a relampaguear y a tronar. Pensamos que se caería el cielo con el aguacero…y para sorpresa de todos lo que cayó fue una lluvia de olor”.
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