Josef Stalin (1 de 2)

Uno de los rasgos más cautivantes de la biografía del dictador de la desaparecida Unión Soviética, Josef Stalin, es el de su trabajo en la clandestinidad, desde su expulsión de un seminario jesuita en 1899 hasta el triunfo de la revolución bolcheviq

Uno de los rasgos más cautivantes de la biografía del dictador de la desaparecida Unión Soviética, Josef Stalin, es el de su trabajo en la clandestinidad, desde su expulsión de un seminario jesuita en 1899 hasta el triunfo de la revolución bolchevique en 1917.

Constituye también la parte menos conocida de su vida. Sus biógrafos oficiales, entre los que se cuentan a Lavrenti Beria, quien fue uno de sus más crueles jefes de policía, cumplieron a la perfección el encargo de suprimir todos los pasajes que pudieran comprometer la trayectoria revolucionaria del hombre que reinó sobre las cenizas del zarismo.

A pesar de ello, los archivos de Ojrana, la temible policía secreta del zar abiertos años después de la muerte de Stalin, han permitido aclarar muchos puntos. Stalin fue colaborador de los servicios secretos imperiales y que en varias oportunidades ofreció a éstos informaciones muy valiosas sobre el movimiento bolchevique.

Esos archivos fueron abiertos a finales de la década del 1950. Habían sido enviados al Instituto Hoover de Stanford, EEUU, por Basil Maklakov, último de los embajadores del zar en Francia tras el triunfo de la revolución en 1917.

Compuestos por más de 100,000 documentos sobre las operaciones extranjeras e internas de la Ojrana desde 1889 hasta su caída, los archivos fueron sacados por Maklakov de la oficina de la policía en París y enviados a Stanford a condición de que fueran abiertos después de su muerte, que ocurrió en 1953.

El estudio de esos documentos secretos ha permitido reconstruir una parte importante del movimiento bolchevique y algunos rasgos de la personalidad de Stalin. Las autoridades soviéticas suponían que estos archivos habían sido destruidos a raíz del ascenso al poder de los partidarios de Lenin, por lo que la revelación de su contenido causó conmoción en el Kremlin a pesar de que coincidió con el periodo de la “desestalinización”, iniciada con el discurso pronunciado por Nikita Kruschev en el XX Congreso del Partido Comunista Soviético.

De acuerdo con esos documentos, citados por varios historiadores, Stalin viajó a  Estocolmo para participar en un congreso, celebrado antes de la revolución, con un pasaporte falso facilitado por la Ojrana. Estos y otros archivos sugieren que Stalin sirvió a la policía zarista entre 1906 y 1912.

Otros hechos poco divulgados revelan rasgos de la personalidad del dictador. Cuando fue expulsado del seminario teológico administrado por jesuitas, Stalin escribió una carta al rector denunciando a otros compañeros de actividades reñidas con las enseñanzas religiosas. Los acusaba ante la autoridad religiosa de ser “políticamente indignos de confianza”, y fueron expulsados. 

La noticia de esta carta, la revelación de que Sosó, apodo por el que se le conocía en esa época, se había convertido en un delator, provocó que fuera llamado a una especie de juicio en el círculo obrero de actividades revolucionarias.

Djugachvilli, que era su verdadero nombre, admitió la acusación y dijo lo siguiente: “Los alumnos estaban todos destinados a ser curas o frailes, servidores de la Iglesia. Yo los he salvado para la revolución. Al denunciarlos he llevado al partido a una docena de revolucionarios educados y de confianza, precisamente lo que más necesitamos”.

Lenin desconfiaba de Stalin, al que no consideraba un comunista cabal.  Aunque los biógrafos oficiales de Stalin trataron de vender otra imagen de estas relaciones, la verdad es que los hechos demuestran lo contrario.

Tras su muerte, entre sus papeles fue encontrada la carta que el 5 de marzo de 1923 le escribió Lenin recriminándole por la forma “grosera” en que había tratado a su esposa Krupskaia. Kruschev dijo después que era realmente “asombroso” que Stalin conservara esa carta.

Después de la caída  de Kruschev, Stalin fue rehabilitado y vuelto a ser “Héroe de la Unión Soviética”.  Sin embargo, su papel en la clandestinidad en los años de lucha contra la tiranía zarista, las intrigas internas que él dirigió para aniquilar a sus antiguos camaradas, el asesinato de millones de rusos, las purgas en el ejército y los procesos contra intelectuales y altas figuras del partido y el gobierno, arrojan dudas sobre su figura de revolucionario puro y auténtico.

La época stalinista es una mancha en la historia del movimiento comunista. Resulta claro, sin embargo, que su desmitificación equivaldría al derrumbamiento de la estructura ideológica en que se sustentaba y aún pretende sostenerse como una opción de cambio reivindicativa del ser humano.

Tras asegurar el control de la Rusia Soviética, Stalin era el “bien amado”.  Obtuvo el título por medio de intrigas y conspiraciones. Muchos de sus más íntimos colaboradores y antiguos camaradas de partido cayeron abatidos por su carácter implacable, durante el período de su ascenso al poder total.

Stalin pudo escalar la cima del Partido Comunista Soviético, y reinó con poder sobre el inmenso país, sólo porque Lenin estaba muy enfermo y Sverdlov, el primer presidente soviético, había muerto. Al decir de Trostky, Stalin era un “grosero” que gustaba de espiar a sus camaradas desde sus habitaciones de la segunda planta de Kremlin, desde antes de ser electo secretario general.

En su testamento, Lenin instó a impedir el rápido ascenso de Stalin. Lo consideraba poco leal a sus camaradas, “abusa de su poder para llegar a los fines personales”.

El comienzo de su lucha verdadera por el control de la Unión Soviética tuvo lugar en el X Congreso del Partido Comunista, cuando a pedido de Zinoviev, a quien luego Stalin hizo ejecutar, fue nombrado secretario general. Los historiadores coinciden en que eso fue posible porque la enfermedad de Lenin le había alejado de los quehaceres del partido y el natural sucesor Sverdlov había muerto antes. Sverdlov desconfiaba de Stalin y éste no vaciló en precipitarle la muerte haciéndole ingerir somnífero.

El instrumento utilizado para quitar de en medio a Sverdlov fue Pagoda, un oscuro e intrigante farmacéutico que el primero había ayudado a escalar posiciones en la jerarquía comunista.

Sverdlov sufría tuberculosis y por eso su muerte repentina no causó revuelo en el Kremlin. Sin embargo, como Lenin patrocinaba a Trostky para sucederle y temía de las intenciones de Stalin, este último concentró sus fuerzas en eliminar política y físicamente al segundo.

Ya muerto Sverdlov, Lenin y Stalin tuvieron algunos altercados que profundizaron las diferencias entre ambos. Uno de los más graves ocurrió a mediados de 1923, en momentos en que Lenin se acercaba a los días finales de su existencia. El líder de la revolución bolchevique estaba muy débil cuando su esposa la Krupskaia chocó con el secretario general quien le ordenó que no se inmiscuyera en los asuntos oficiales.

La razón del altercado era que la esposa de Lenin favorecía abiertamente a Trostky para suceder al presidente del Comité de los Comisarios del Pueblo en el liderazgo máximo de la revolución comunista.  Lenin se inclinaba por Trostky y ya lo había hecho saber en su testamento. Stalin celaba a Trostky porque éste había sido siempre la segunda figura y su participación en la guerra civil, como jefe de las Fuerzas Armadas, fue decisiva en la consolidación de la revolución de los Soviets.

Un ejemplo de que realmente Lenin pensaba en él para el primer puesto de mando aparece en los textos de historia.  Después del atentado en que Lenin resultó gravemente herido en 1918 por la militante socialista revolucionaria de izquierda, Fanny Kaplan, medio moribundo hizo llamar a Trostky a su lado.

En plena guerra civil Trostky abandonó su puesto de lucha en el frente y acudió ante el líder.  “Debes cuidarte”, le dijo Lenin, “debemos procurar que os protejan mejor que a mi, porque si desaparecemos ambos, ¿crees que Sverdlov y Bukharin podrían reemplazarnos eficazmente?”.

Tan pronto obtuvo el poder, a base de intrigas y asesinatos, Stalin se convirtió en el “hombre más amado” de Rusia.  Pero siempre inspiró desconfianza, temor y repulsión entre sus camaradas.

Otra faceta poco conocida de Stalin se remonta al período previo a la Revolución de 1917. Tras su regreso a Bakú después de haber escapado con una identidad falsa del confinamiento en el Norte, Stalin encontró la organización de los bolcheviques de Georgia virtualmente diezmada. Sufrían una aguda escasez de fondos. Para salvar al movimiento, el futuro “Zar de la Rusia Soviética” hizo una lista de comerciantes ricos, con la ayuda de algunos delincuentes convictos por robo, a los que exigió un pago de protección. Los que resistieron el chantaje no tardaron en lamentarlo, pues fueron objeto de ataques o incendios nocturnos.

Stalin vio que esto no era suficiente para mejorar las finanzas del partido en Georgia y recurrió a su amigo Lajos Koresku, fichado en la policía como traficante de drogas y de prostitutas. Con la ayuda de Koresku montó una serie de prostíbulos en Tiflis, Bakú y otras ciudades. Parte del dinero de esas actividades era entregado a Stalin para el partido. Por un tiempo el negocio de la prostitución constituyó la principal fuente de ingresos de los bolcheviques de Georgia y de todo el Cáucaso, lo cual le permitió  reactivar el aparato bolchevique.

Lenin estaba al tanto de las actividades de Stalin pero se hizo de la vista gorda, hasta que alcanzaron un punto en que podían convertirse en un peligro para el crédito del movimiento. Entonces, le escribió una carta a Stalin advirtiéndole sobre el peligro de que las autoridades zaristas utilizaran ese expediente para desacreditar la moral del partido y sus dirigentes. Lenin aprobaba el método y le preocupaba que se empleara en su contra.

La explotación de un negocio del “capitalismo decadente” por  Stalin en Georgia, no hería los sentimientos revolucionarios de Lenin. “Nada me importa que tengas o no asuntos con las mujeres ni que cambies de mujer con tanta frecuencia como de camisa”, escribió Lenin a Stalin. “Pero lo que sí me importa es el buen nombre de nuestro Partido Bolchevique”. En esa perla de la herencia literaria leninista, prevenía sobre la necesidad de guardar las apariencias: “No estoy de acuerdo en que sea la mejor política para nuestro partido el estar abiertamente conectado con los burdeles que tú y Koresku organizasteis, los cuales están prosperando. Aunque comprendo muy bien que debemos obtener los fondos para nuestra lucha… debería hacerse en forma tal, que jamás pueda acusársenos de valernos de la prostitución como un medio de conseguir los ingresos para sufragar nuestra obra”.

Lenin comprendía las consecuencias. “Sería terrible para el partido que un día apareciera un periódico zarista con el título de Líder bolchevique del Cáucaso dueño de un burdel, y nos acusase de explotadores de prostitutas”.

Según Lenin, “sería extremadamente nocivo para nuestra causa si nosotros, que combatimos contra la explotación del individuo, tuviéramos que ser acusados de explotar a alguien”. En realidad, fue él quien le trazara las pautas cuando aconsejó a Stalin lo siguiente: “Por tanto, sugiero que encuentres la manera y forma de llegar a un acuerdo con Koresku para que te entregue el dinero fuera de los burdeles, sin que haya ulterior conexión entre tú y esos lugares, y también que, cuando hagas entrega de dichas cantidades regulares, digas simplemente que proceden de simpatizantes que no desean descubrir sus nombres”.
El autor es periodista y escritor

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