Quemé el periódico de año nuevo

Casi todos los hogares tienen un niño en el medio que quiere estar entre los grandes, en ese sentido del humor desconocido por él, que…

Casi todos los hogares tienen un niño en el medio que quiere estar entre los grandes, en ese sentido del humor desconocido por él, que cuando los demás se ríen el niño se muere de risa, no porque entendió el chiste, sino porque no aguanta la satisfacción de estar en el “coro” de los grandes.

Queremos imitarlos en todos los sentidos, “pero no se puede, porque usted es un niño, y los niños no hacen lo que hacen los grandes”, dice cualquier madre del planeta Tierra. Por eso, cada mínima oportunidad hacíamos cosas para acercarnos al estatus de “grande”, y una fecha que te brinda esas oportunidades es la Navidad. No hay clases, no hay que levantarse temprano, todos se acuestan tarde y no te dicen nada. Hay que aprovecharlo. Un 31 de diciembre después de cena, mis hermanos mayores, cada uno,  se fue de fiesta con un grupo de gente, y por supuesto yo no pude. “¿Qué hago ahora? Yo no quiero dormirme, el que se duerme es un idiota y no tiene ninguna cualidad de grande. Yo me quiero comportar como un grande”.

Me fui donde mi vecino Joaquín, un año mayor que yo: ¡loco vamos a hacer algo! hoy no es una noche para dormir, hoy hay que fiestar de a duro, como los grandes”. Responde: “¡Vamos!”. Ahí estamos dos niños solos, haciendo nada, sentados en el muro de una vecina, viendo como pasa un carro cada 40 minutos, hablando cosas de niños pero sintiéndonos grandísimos solo porque no estábamos durmiendo.    

Después de darnos cuenta que lo que hacíamos estaba bien estúpido decidimos buscar una alternativa, y dos muchachos solos y aburridos buscando algo que hacer, encontrarán solo diabluras 80 o 90% de las veces.  –Loco hagamos una fogata. ¡Hey que cool!, claro. -¿Con qué? -Mira, el periódico de hoy. -Mortal, vamos. Pobre periódico, lo quemamos enterito. La verdad es que si me preguntan no sé por qué lo quemamos, pero estar de madrugada afuera de la casa, como si fuéramos grandes, festejando con una pequeña fogata de cinco minutos con el periódico del día, se sentía maravilloso. “¡Que viva el repartidor de periódico! ¡Que viva por haber traído el periódico antes que nos venciera el sueño! ¡Que viva!”.    

El periódico se consumió y nosotros nos vimos de nuevo ante la situación de que no había nada que hacer, todo el mundo estaba de fiesta y nuestra fiesta de cinco minutos se acabó. De todas formas ya estábamos pagos en nuestra cuota de sentirnos grandes. Realizados nos despedimos con un fraternal apretón de mano que solo dos niños adultos pueden darse, mientras inflan sus pechos y ponen la voz ronca para decir: “ya tú sabes viejo. Hablamos mañana”. Al otro día nos levantamos, mi papá se sirve café, y mientras está disfrutando el aroma hace un pequeño movimiento de miradas buscando algo. “¿Y el periódico?… Pero… ¿Y qué es eso?… ¿Qué son esas cenizas?… ¿Alguien quemó el periódico?…” Una voz que antes quería ser adulto, pero ahora sintiéndose una pendeja porquería en este mundo, dijo con las canillas temblando “Ayer lo quemamos Joaquín y yo”. “¿Y se puede saber por qué?”. “Para celebrar el 31”. “Excelente, pues ahora ve y tráncate en tu habitación para que celebres el primero”. Ese fue mi comienzo de ese año, todo por “privar en grande”.

 

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