Los graves acontecimientos ocurridos en Puerto Príncipe, con un trágico balance de muertos y daños a la propiedad, hacen necesario un riguroso refuerzo de la frontera y una reformulación de la política migratoria, para frenar la entrada ilegal masiva con toda su onerosa secuela de pobreza, insalubridad. La debilidad fronteriza es abono de un potencial conflicto.

En mayo de 1963, un grave incidente diplomático estuvo a punto de conducir a un enfrentamiento bélico. Y menos de dos días antes del golpe que derrocó al presidente Juan Bosch, otro incidente, este fronterizo, agravó las tensiones que venían acentuándose desde mayo. La ocupación violenta ese mes de la embajada dominicana en Puerto Príncipe por fuerzas policiales haitianas, bajo el pretexto de que allí se daba refugio a un oficial de ese país acusado por el dictador Francois—Papa Doc—Duvalier, del fallido intento de asesinato contra sus hijos mientras se dirigían escoltados hacia el colegio, había motivado una airada reacción de Bosch y llevado las relaciones a un punto de congelación.

En septiembre, tras un incidente sin mayores consecuencias en la frontera, Bosch ordenó una movilización militar e impartió órdenes, que no se cumplieron, a sus jefes de Estado Mayor para que se atacara por aire al palacio presidencial haitiano. Las tensiones ya habían alcanzado su más alto nivel en mayo, cuando Duvalier llevó el caso ante la asamblea general de la OEA, cuya intervención impidió que los dos gobiernos llevaran sus diferencias al campo de batalla.

Las relaciones entre ambos países han estado matizadas tradicionalmente por agravios que pesan con fuerza demoledora en la psique popular. El recuerdo de la ocupación haitiana del territorio nacional de 1822 a 1844, y un siglo después la matanza de ilegales haitianos por fuerzas de la tiranía trujillista, interfieren todavía los vínculos bilaterales.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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