La realización de un proyecto, una obra pública, se supone precedida de una necesidad, sea por un requerimiento manifiesto de una comunidad o un grupo social, o a consecuencia misma de una realidad que obliga a la acción.

En algún momento es un dato visible, en otro escenario es el producto de una demanda y en última instancia, una urgencia impostergable.

Normalmente, el proyecto suele estar precedido de una investigación que lo identifica y obliga a acometerlo. Si involucra a las personas, sea por el lugar donde se levantará o por los servicios o beneficios que generará, hay que imaginar que tendrá que ser revelado.

En el plano general, se busca un involucramiento colectivo, más allá de quienes serán directamente afectados. Hablamos de un ejercicio de socialización del plan.

Corresponde a los agentes públicos la labor de identificar las necesidades, es verdad, pero deben compartir los hallazgos con la sociedad.

Sin embargo, observamos acometimientos que podrían resultar extraordinarios, fabulosos, pero no son compartidos con nadie, hasta que le ponen “manos a la obra”.

Son las mejores ideas y las mayores realizaciones, pero se supone que los potenciales beneficiarios tienen derecho, aún sea mínimo, a ser informados, a saber.

El gobierno, como gestor público, tiene una agenda, y actúa en base a una agenda mayor, estratégica, con metas, que se prolongan hasta el 2030. Se supone que sus iniciativas se enmarcan en ese macro plan.

Se anuncian o se inician los proyectos sin presentaciones previas. Sin las explicaciones, sin los detalles, y si surgen voces disonantes, llueven los ataques desconsiderados, como si se tuviese una carta de corso para decidir todos los asuntos del país, sin oír a nadie.

A la sociedad hay que involucrarla, hacerla partícipe. Pero probablemente –dirán– “es que nos apoyan”, y parecería así.
Quienes dirigen tienen el beneficio de un adormecimiento colectivo. Y lamentablemente, los llamados a promover un despertar con una visión constructiva, tienen su foco puesto en el mañana, en el quítate tú para ponerme yo.

Gobiernan solos.

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