Cuando pequeñas cosas nos hacen el día. Fue antier en la mañana. Primero, “le caí bien” al guardia de turno en la entrada de la institución pública donde recién llegaba. Me había estacionado en un punto de la calle que estimó inseguro y gentilmente me ofreció un parqueo que acostumbra guardar para un superior pero que ese día no asistiría. Increíble gesto de un uniformado para con una persona ordinaria como yo. A seguidas, presencié que una persona proveía comida y mimaba a una gata callejera desnutrida y debilitada. “Me levanté con el pie derecho” pensé, tras aquellas dos gratas escenas iniciando el día. Un guardia amable, sin parejería. Un animalito en desgracia recibiendo algo de compasión. No está todo perdido.

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