Las guerras mundiales abortaron las carreras de muchos cantantes líricos. Pero en medio de una y otra surgieron y brillaron algunas de las voces masculinas más extraordinarias de la historia de la ópera.

Uno de ellos, Giacomo Lauri-Volpi, nacido en Lanuvio, Italia, en 1892, se destacó en los escenarios más exigentes de Europa y el continente americano por la resonancia de su voz, que los críticos de su época, calificaban de vigorosa, con un acento vibrante, casi místico, pocas veces escuchado en otro tenor hasta entonces. Su Luisa Miller de Verdi en 1927 en el Metropolitan de Nueva York, quedó registrado como uno de los más fascinantes momentos del historial de esa meca de la ópera, por donde han desfilado a lo largo de más de un siglo los más grandes cantantes líricos de los que se tenga memoria.

Su interpretación en aquella oportunidad del aria Quando le sere al placido, puso de manifiesto la resonancia “clara y casi sobrenatural” de su voz, debido a su peculiar vibrado y sus notas asombrosamente altas, según la prensa de su época. Pero a diferencia de otros cantantes líricos, la ópera no fue su única y verdadera pasión. Muy pronto, en plenitud de su carrera, su otra vocación, la literatura, cambió el curso de la vida de Lauri-Volpi. Ocurrió a finales de los años treinta, cuando los rigores de la guerra cerraban los principales teatros europeos.

Otro extraordinario tenor, Miguel Fleta, nacido en España a finales del siglo 19 sobresalió por sus extraordinarias cualidades vocales, pero murió muy joven, a los cuarenta años, dejando el recuerdo del brillante color y expresión de su voz, la extensión de su registro y la sensualidad que imponía a sus actuaciones. Los biógrafos de Puccini sostienen que el aria Nessum norma, de Turandot, fue concebida por el compositor pensando en ambos tenores.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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