El celuloide llegaría a Santiago en los albores del siglo pasado, de la mano de los hermanos William y James Palmer

Cuando los hermanos Louis y Auguste Lumière proyectaban públicamente la primera “película” de la historia (más bien primera captación de imágenes en movimiento), era un día esplendoroso con un manto rosado en el cielo al caer la tarde del 28 de diciembre de 1895. El público interesado e informado de Lyon (Francia) acudió a ver a unos obreros saliendo del trabajo y aunque se les ve apresurados no era más que la aceleración y descontrol de la velocidad con la que la cinta debía pasar por el laberinto del aparato recién inventado.

Los lyoneses disfrutaron de los obreros, de un tren que se movía rapidísimo a pesar de que las ruedas giraban al revés, un barco alejándose de un puerto y la demolición de un muro. En un año crearon más de 500 películas con la cámara fija que se tornó monótona en documentales infinitos hasta que Georges Méliès, en 1902, empieza a contar historias, aunque mudas.

La evolución continuó para confirmar que todo cambia con el aporte de Ernst Lubitsch, Hitchcock, Fritz Lang y Chaplin hasta llegar el 1927 con “El cantante de jazz” con sonido y “La feria de las vanidades” en el 35 con colores.

En Santiago, en todo ese período, se sienten los efectos de la Restauración, desde el Grito de Capotillo de 1863, y a partir ahí, hasta aproximarse los años finales de ese siglo.

En aquellos momentos las salas de teatro servían al teatro, no al cine y cuando a los hermanos William y James Palmer se les ocurrió traerlo fue un acontecimiento para ese Santiago pequeño, pero con gran desarrollo intelectual.

Ese primer “cine”, el Teatro Palmer, se estableció en el espacio en donde se construyó más luego la escuela Rafael Ramos (calle San Miguel hoy Restauración), donde además estaba el estudio fotográfico conocido como “del padrecito”, en referencia a Tomás Rodríguez, esposo de Elizabeth Palmer, una de las hermanas. El fotógrafo era James. William murió en 1901 y James fue asesinado en 1926.

Según cuenta el Dr. Arturo Bueno, “…las de mayor atracción: ‘Los perros contrabandistas’, ‘El collar de la bailarina’, ‘El sastre’, ‘El sabio Salomón’, “La guerra ruso-japonesa’, ‘La metropolitana’ y otras más de gran expectación por el año 1906…”.

Eso es, además, una muestra adicional de los vínculos con Francia y su influencia en el desarrollo intelectual del país y que muchos le temen al mirar de reojo al gendarme Sam.

Cine Ideal

Por los años de la intervención norteamericana (1916), el cine Ideal se encontraba detrás del Club de Damas de Santiago, una casona edificada frente a frente a la Iglesia Mayor, dirigida por Trina de Moya y que fue destruida en la Era de Trujillo para construir la escuela Colombia que más luego se llamó Benigno Filomeno de Rojas. Pero el cine tenía su entrada por Las Rosas, o sea, por la 16 de Agosto. Allí se proyectaron películas mudas acompañadas con una música de piano para animarlas. El precio era de 10 y 15 centavos para ver las series de Flash Gordon y el Fantasma.

Cine Jardín

Este importante cine se hallaba en el corazón de la ciudad, en la calle Libertad (hoy Máximo Gómez) donde estuvo luego la librería L.H.Cruz a principio de los años 40. De este cine muy pocas personas se recuerdan. En una conversación con Lincoln López, me decía que Josecito Olavarrieta, hijo de José Jiménez (ambos médicos) le hablaba de un cine cerca de su casa. El doctor Jiménez vivía y tenía su consultorio en la Máximo Gómez con Benito Monción. Aunque ambos se fueron a la eternidad, la casa sigue igualita en el mismo sitio. Nadie me supo decir nada hasta que hablando con doña Yolanda Morel obtuve la información precisa. Ella, de hecho, fue la taquillera del Teatro Colón desde sus inicios con la edad de 14 años por el 1948.

Teatro Colón

El cine Colón mantuvo su nombre de teatro cuando ya nadie sabía lo que era un teatro. Aunque en el antiguo Centro de Recreo se proyectaron películas durante un año y se le llamaba cine Colón, el verdadero cine, que conocimos como tal, fue abierto en la calle Sebastián (hoy 30 de Marzo) frente a la famosa tienda La Época. En esos tiempos los pocos cines que operaban en Santiago eran administrados por el Circuito Rialto de la capital. Tanto el Colón como el Ideal tenían unos palcos laterales para ocho personas que luego fueron eliminados cuando ya su función era más de cinematográfica.

Teatro Apolo

Junto al Colón, fueron los dos cines de mayor categoría de la ciudad, conocidos como cines de estrenos porque las películas empezaban a verse aquí antes de llegar a los otros cines de más baja categoría.

Los cines eran, al mismo tiempo, establecimientos que les permitían a los sociólogos estudiar las clases sociales del Santiago de la época, de la misma forma que los clubes y centros donde solo eran admitidas personas de clase alta y de apellido. En la fundación del Centro de Recreo, Enrique Deschamps, hermano de Eugenio, hablaba de las clases inferiores que se disfrazaban en el carnaval.

Del cine Apolo aún queda el letrero en su fachada frontal en el local que ocupó al lado del edificio del correo en la calle San Luis entre los años 50 y 80. En los últimos años de existencia se dedicó a proyectar películas eróticas, al igual que su homónimo de la Mella en Santo Domingo.

Cine Lama

Este cine era a cielo abierto, aunque tenía una parte, debajo de la sala de proyección, con techo. Fue construido en la calle Beller entre Cuba y Sabana Larga (lateral sur) para satisfacer las necesidades de los habitantes de la parte alta de la ciudad. Tuvo su vigencia en los años 70.

Cine Víctor

Este cine ocupaba la primera esquina de la calle Restauración antes de llegar a la Plaza Valerio. Se convirtió en el cine de más baja calaña en la medida que se fue fortaleciendo el comercio desordenado alrededor del Hospedaje, la avenida Valerio y el Matadero Municipal. Era el cine de los tígueres, cargadores de sacos, limpiabotas, chulos, cueros, carteritas, adivinadores, vagos y vendedores ambulantes. El segundo nivel era muy apreciado porque allí se evitaban las lluvias frecuentes de orines, los bagazos de naranja, chicles, y cualquier basura que de manera inapropiada se lanzaba al primer nivel y que los dueños no podían controlar ni les importaba.

El Víctor cambió a Montecarlo cuando llegó el cigarrillo más perfumado y emblemático de la Tabacalera en los años 70.

Cine Odeón

Este cine era uno de los más populares, donde se acogía gente de clase media y en el que los tígueres no se atrevían a molestar a los clientes. Su construcción era muy simple con una entrada bloqueada en el centro para impedir la visión de las proyecciones y que obligaba al visitante a tomar el lateral derecho como entrada y el contrario, de salida. El segundo nivel era pequeño pero acogedor. En su momento de apogeo, en los años 70, se oía música de los Diplomáticos mientras se esperaba la función. En las columnas de sostén de las paredes laterales, los abanicos soplaban el mismo calor de un lado a otro. Las butacas, aunque se replegaban, eran duras y había que revisar siempre para no pegarse de un chicle de medio uso. En el exterior, a la derecha, había un espacio cuadrado que servía para los papelones que anunciaban las películas y en el espacio de la entrada, en una especie de trípodes, se colocaban los carteles fotográficos de las próximas películas. En los otros cines había vitrinas sobre las paredes para los mismos fines.

Se ofrecía, normalmente, una película diferente cada día, salvo la de fin de semana que era presentada desde el viernes. Ninguna era de estreno. Los domingos, a las diez de la mañana, había una película para la familia, medio novelosa, como por ejemplo, Marisol rumbo a Río, o cualquiera protagonizada por la argentina Libertad Lamarque. En la tarde, la delicia de la muchachada: el matiné. Desde las dos y hasta las cinco disfrutábamos de una doble función y muchas veces con una ñapa de 10 minutos de alguna serie de varios capítulos que eran el truco para amarrar el público al siguiente matiné. Tuvo su esplendor a fines de los 60 e inicio de los 70.

Cine Jardín

Este cine, segundo al aire libre, ocupaba la esquina sur-oeste de la avenida Imbert con Santiago Rodríguez. Era un cine de clase media baja con un pequeño espacio bajo techo, el mismo que servía de segundo nivel para ubicar las maquinarias de proyección. El resto tenía dos bloques de asientos de hierro semejante a la disposición de las iglesias. La casa de al lado, de Tachi García Perozo, disfrutaba, gratuitamente de todas las películas proyectadas al lado de su jardín.

Cine Ideal

Este segundo cine Ideal se hallaba al final de la avenida Imbert, un poco antes de la ferretería Ochoa. En sus pantallas desfilaron las estrellas del incipiente cine pornográfico como la destacada Isabel Sarli.

Cine Doble

El cine Doble ocupó parte del espacio de la antigua Av. Central (hoy 27 de Febrero) un poco más al oeste, o casi al lado de donde está el comercio de pollo de la esquina con Estrella Sadhalá, o al lado de la llamada LATA de los años 80.

Cine Galaxia

Quedaba en la calle Restauración cerca de la clínica Corominas, también para los años 80.

Cine Triple

Se ubicaba al final de la calle España en la nueva avenida Bermúdez cuando “mudaron” el mercado para Pueblo Nuevo. En el Triple se presentaron obras de teatro como la famosa “obra que no tiene nombre” de Rubén Echavarría luego de su salida de la UCMM.

Hay que mencionar también el Cine Las Colinas que estaba por donde está CECOMSA y el Cine Central donde está SAMOLI.
El Cine Hollywood 7 con sus siete salas es el último cine y el primero de la nueva época cibernética. Está en el mismo sitio en la avenida Estrella Sadhalá cerca de la autopista Duarte y sigue pintado con el mismo azul Bidó, pero desteñido de la misma manera que se destiño el espíritu del aficionado al cine.

Los que hoy ocupan espacios importantes en las grandes plazas presentan una modernidad que obliga al espectador a un tedioso preámbulo comercial insoportable. Siempre hubo preámbulos y avances. Antes se pasaban vista fijas anunciando hasta colmados y almacenes, noticias atrasadas y los “trailer” de las próximas películas.

Nunca faltó en la entrada la presencia de los paleteros que vendían cigarrillo, menta y chicle.

Cuando la estación de tren de Tamboril fue convertida en cine bajo el nombre de Independencia, los tamborileños dejaron de ir al pueblo para ver sus propias películas mexicanas.

Quedan muchos recuerdos de aquellos años, del Cisne de 1956 con Grace Kelly, cuando los carbones chocaban para alumbrar las pantallas en un titileo mágico que nos cautivó para siempre.

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