¿Cuál es el antónimo de la palabra “vaginoplastía”? Pregunté mucho y nadie sabe. Así que, tal como hizo el hombre que se inventó la vaginoplastía para legitimar inseguridades innecesarias en las mujeres, he decidido inventarme un procedimiento equivalente para los hombres. De nada.

Estoy sentada en un banquito, entre la calle Jiménez Moya y la Rómulo Betancourt, bebiéndome un jugo de tamarindo y escribiendo este artículo en mi libretica. Vine a analizar un letrero que anuncia “vaginoplastía laser”, porque me interesa observar la reacción de las mujeres que pasan por delante del anuncio. Algunos guagüeros me han preguntado si estoy haciendo tarea. Yo respondo que “más o menos”.

La promoción es de una clínica local que ofrece, entre otras cosas, “rejuvenecimiento vaginal”, “blanqueamiento genital”, “labioplastía de reducción” y “estrechamiento vaginal”. Estas son palabras muy científicas, y como para rematar que es un proceso serio, en el letrero aparece un doctor, con todo y bata, que sonríe plácidamente con cara de respetable.

Parecería que las mujeres en la República Dominicana van muy suaves. No basta con la epidemia de violencia machista, la discriminación salarial, las barreras estructurales que les impide alcanzar puestos de liderazgo, las altas tasas de mortalidad materna y el paupérrimo estado de derechos laborales de las trabajadoras domésticas. Si hay una preocupación que les falta a las mujeres en este país es si su vulva es lo suficientemente blanca. Yo me pregunto, ¿comparada con la de quién? ¿Qué buscan estas clínicas ofreciendo blanqueamiento genital cuando somos un pueblo de gente mulata, negra y jabá?

El análisis feminista es que, gracias a los avances de las mujeres en la sociedad, resultaría imposible mantenerlas en el ámbito privado. Progresivamente la mujer conquista espacios públicos, y en algunos casos los domina, aunque esto todavía no significa que alcance puestos de dirección, lo cual representa un obstáculo inaceptable. Pero para fines legales, sociales y políticos, la mujer es parte inexorable del ámbito público y eso ya no se puede revertir. Lo que sí se puede hacer es desarrollar mecanismos de poder y control, coaccionados desde afuera e interiorizados por las mismas mujeres, que le permitan al patriarcado (y a su amigo el capitalismo) multiplicar las inseguridades manufacturadas de ellas. De esta manera, se puede aplacar y postergar el verdadero reperpero que se armaría si un día toda mujer y niña se despertara mandando pa’ la porra a todas las industrias que dependen de que ella se rechace a sí misma.

Pero ya no hablemos de teoría, ¡volvamos al letrero del estrechamiento y el rejuvenecimiento vaginal! Frente al letrero pasan muchísimas mujeres. Algunas ignoraron sus grandes letras rosadas. A otras los carros públicos las dejaban justo al frente y no le quedaba otra opción más que observar y leer su nueva lista de complejos innecesarios. Una señora mayor se quedó contemplando un rato el mensaje y luego siguió caminando. Cuánto me hubiese gustado entrevistarla para preguntarle su impresión.

Todo en la mujer se puede comprar, vender, explotar y exportar. ¡Somos el producto más abundante y multifacético del planeta! He pensado mucho en qué se puede hacer con este tipo de mensajes alienantes que reciben las mujeres, gratuita e incesantemente, todos los días y desde que nacen. Estoy indecisa, pero me inclino a pensar que no considero que la respuesta adecuada sea retirarlos. Afortunadamente se me ha ocurrido una tremenda idea que les va a encantar a todos los hombres de este país… ¡Se me acabó el espacio! Espérenme, por favor, el artículo que viene. Mientras tanto, ¿qué piensa usted?

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