Definir una política hacia Haití sobre la base de un respeto mutuo, tomando en cuenta el historial de nuestros vínculos y las características de esa relación, es una de nuestras prioridades. La inmigración ilegal es tema pendiente de abordar con seriedad y profundidad.

No se sabe cuántos haitianos viven ilegalmente en el país. Sobre la cifra se han hecho infinidad de cálculos. Se habla hasta de millón y medio, lo que representaría alrededor del quince por ciento de la población adulta dominicana, según el censo nacional. Sean reales o no las estimaciones, lo cierto es que el aumento de la inmigración agrava los problemas sociales, por efecto de su impacto en el empleo, los servicios hospitalarios, la enseñanza pública y otras áreas de la vida nacional.

Los dominicanos hemos rehuido el debate de este tema, esencial en el marco de las relaciones con el estado vecino. Una comisión bilateral mixta, creada por gobiernos de ambas naciones para discutir en un plano de franqueza y amistad las diferencias existentes, no se reúne con la regularidad necesaria y una enorme cantidad de asuntos siguen pendientes de discusión y solución.

No es el caso establecer ahora responsabilidad por esta falla, producto tal vez de la indiferencia, la apatía que ha caracterizado el trato diplomático entre los dos países, como si Haití estuviera bien lejos de nosotros y no al lado nuestro, separado sólo por una frontera frágil de más de trescientos kilómetros de longitud. Por lo general las naciones no se percatan de los peligros que las amenazan, sino cuando ya dejan de serlo y se convierten en una realidad que deben entonces enfrentar en condiciones desventajosas. La cuestión es que si posponemos indefinidamente el tema de la inmigración, en el plazo de una década podríamos vernos con tres millones de ilegales, situación que el país no podría manejar de ningún modo.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

Más de opiniones

Más leídas de opiniones

Las Más leídas