En la apuesta constante de la vida vamos ganando unas y perdiendo otras. Disfrutamos los triunfos y sufrimos las derrotas. Nos alegran nuestras realizaciones y nos derrumban los tropiezos. Nos duelen los errores y nos castigamos por las malas decisiones.

Si somos jueces severos de nuestras acciones, la cosa es peor, pues cuando somos autocríticos y siempre hemos tratado de conducirnos de la forma más correcta, es con nosotros mismos con quien menos indulgentes somos. Iniciamos un camino, quizás equivocado, quizás el peor, por la razón que sea, porque las circunstancias nos han llevado a ese terreno y cuando nos damos cuenta de nuestro error, nos sentimos derrotados.

Es ahí, cuando sin darnos cuenta comenzamos a perder. Es el comienzo de la verdadera derrota.

Una persona puede perderlo todo a lo largo de su vida, puede quedarse completamente solo, pero por más que pierda, siempre debe tratar de conservar sus sentimientos, sus experiencias, las cosas que ha aprendido, las palabras sinceras de personas que le han querido y que le confirman que se puede empezar de cero, siempre que conservemos la fe y la confianza en nosotros, siempre que estemos conscientes de nuestras fortalezas, cuando ya hemos identificado nuestras debilidades y nos hemos dispuesto a vencerlas.

El peligro está cuando permitimos que la frustración y la tristeza que nos produce una mala situación nos robe las ganas de seguir adelante.

Ganar y perder es una constante de los seres humanos, el diario vivir, parte de su agenda diaria, pero que sin embargo, no siempre sabemos lidiar ni con uno, ni con el otro.

Más de una vez hemos escuchado que a unos, el triunfo les afecta consigo mismo y con sus relaciones interpersonales, no muy distinto pasa con los malos perdedores. A veces no estamos preparados, ni para ganar, ni para perder. También existen los malos ganadores, aquellos que al lograr sus metas se llenan de arrogancia y vanidad y asumen una actitud prepotente, un aire de superioridad frente a los demás, a quienes jamás considerarán como sus iguales.

Lo que en verdad cuenta es nuestra actitud ante una y otra realidad. En ambos casos debemos tener en cuenta que el resultado final sólo nos beneficiará o perjudicará a nosotros, pues sólo a nosotros nos debe preocupar lo que vendrá después.

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