En la pasada semana, 15 estudiantes, una profesora y dos empleadas del liceo Max Henríquez Ureña, de la comunidad de Cenoví, en San Francisco de Macorís, sufrieron intoxicación mientras se encontraban en ese centro de estudios, debido a que inhalaron peligrosas micropartículas químicas que se dispersaron en el aire circundante luego de un proceso de fumigación de una plantación arrocera vecina al liceo, motivo por el cual los intoxicados debieron ser conducidos inmediatamente a un centro médico, mientras un juez de atención permanente prohibió que en esa plantación se fumigue de lunes a viernes en procura de evitar repetir nuevas intoxicaciones en ese centro de estudios, y este delicado y peligroso caso debe servir de alerta a las autoridades, a los productores agrícolas y a la población.

Pero no se trata de un simple caso aislado de intoxicación por inhalación de agentes químicos organoclorinados u organofosforados de uso frecuente en plantaciones agrícolas donde son utilizados como pesticidas, plaguicidas, insecticidas, fungicidas o herbicidas, ya que durante décadas muchos trabajadores agrícolas, y muchos vecinos, han sufrido los efectos directos de la alta toxicidad y el mal uso de agrotóxicos, al extremo que la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) ha calculado que la exposición a pesticidas anualmente mata a 3 millones de personas, y que anualmente al menos 25 millones de trabajadores agrícolas sufren envenenamiento accidental por uso de pesticidas.

En varias ocasiones hemos visto que decenas de trabajadoras de industrias tabacaleras de la zona de Estancia Nueva, Moca, se han intoxicado luego de manipular hojas secas de tabaco previamente fumigadas con organofosforados para eliminar hongos, y todo ello por fumigar en ambiente cerrado, sin la más mínima ventilación para aireación de disipación del agente químico, motivando que una alta concentración de micropartículas tóxicas quedaran remanentes en el aire atrapado en el almacén de tabaco, por lo que cuando las trabajadoras llegaron a cumplir su labor habitual inhalaron altas concentraciones de moléculas tóxicas que de inmediato entraron a su sistema respiratorio, se incorporaron a su sangre, y sus organismos comenzaron a experimentar las náuseas, vómitos, dolores de cabeza, descontrol nervioso y mareos sintomáticos de intoxicación por moléculas organoclorinadas u organofosforadas.

Desde hace varios años la Unión Europea prohíbe comprar frutas y vegetales que hayan sido producidos mediante el uso de agrotóxicos, en procura de preservar la salud de sus ciudadanos, y en procura de proteger el ambiente, medida esta que gradualmente se impondrá a nivel global como forma de garantizar la sanidad de los alimentos, de la gente, y del ambiente, porque es bien sabido que muchos agentes químicos clasificados como agrotóxicos se mantienen de forma residual en los suelos agrícolas, en el agua, en los cultivos, y en los frutos de las plantas cultivadas mediante el uso de esos agrotóxicos, y sabiendo que muchos agrotóxicos son persistentes, porque se degradan muy lentamente en el medio ambiente, y que son bioacumulativos, porque se acumulan en los cuerpos de los seres vivos, cada vez que usted inhala aire contaminado con agrotóxicos, o cada vez que usted usa agua contaminada con agrotóxicos, o cada vez que usted ingiere alimentos cultivados en suelos tratados con agrotóxicos persistentes, ellos entran a su cuerpo, se acumulan, y un día cualquiera se llega al límite de tolerancia y su organismo colapsa.

Hay herbicidas que, por su peligrosidad, en el pasado fueron prohibidos mediante un Decreto presidencial que buscaba cuidar la salud de los obreros agrícolas y de la población, sin embargo, la fidelidad de muchos agricultores a la eficiencia química de esos perniciosos herbicidas ha sido tan grande que han preferido seguir consumiendo el dañino producto, aunque para ello haya sido necesario cambiarle el nombre comercial, pero manteniendo el mismo dañino agente químico activo, y basta visitar zonas agrícolas de Constanza y Tireo para ver el uso extensivo de un popular herbicida cuyo nombre comercial fue introducido inmediatamente después de la prohibición presidencial de la importación del Paraquat, aunque la etiqueta de ese herbicida señala en letras pequeñísimas que el ingrediente activo del producto es el Paraquat.

Pero el problema no es el nombre comercial, el problema es el compromiso de todos, incluyendo a la Organización Mundial de la Salud, la FAO, y la Organización de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, en procura de disminuir los peligros que afectan directamente a la salud de quienes participan en labores agrícolas, de quienes viven cerca de plantaciones agrícolas, y de quienes consumimos productos cultivados con agrotóxicos, siendo necesario que todos tomemos conciencia del alto nivel de peligrosidad al que nos exponemos cuando formamos parte de una cadena de uso intensivo y extensivo de agrotóxicos organoclorinados y organofosforados que por su carácter persistente y bioacumulativo nos perjudican a todos, óigalo bien, a todos.

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