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El Presidente Roosevelt afirmó en 1904 que cualquier país americano bajo la influencia de Estados Unidos que amenazare los derechos o propiedades de empresas estadounidenses, el Gobierno estaba obligado a intervenir en los asuntos internos de ese país.

Con este pensamiento se propusieron controlar la producción azucarera nacional, que a consecuencia de la primera guerra mundial su precio aumentó considerablemente pues de 2.3 subió a 25 centavos, notándose tanto la prosperidad que en ese tiempo se hablaba de la danza de los millones.

La política del coloso del Norte comenzó a sentirse en el país a mitad del siglo XIX y algunos dirigentes políticos nacionales estaban dispuestos a anexar parte del territorio a los Estados Unidos.

Empresas norteamericanas presentaron su apoyo casi absoluto de la problemática económica del país, lo que constituyó el gran estancamiento externo de los gobiernos lo que motivó la primera intervención de 1916 a 1924, imponiéndole al presidente Jimenes condiciones como las siguientes:

Nombrar un experto para el control de las Aduanas.
– Desintegrar las Fuerzas Armadas; y
– La creación de una guardia nacional.

El 16 de mayo de 1916 desembarcaron los marines estadounidenses produciéndose de inmediato una acción en contra de la misma, pues en la capital se cerraron las casas y en las mismas se colocaron crespones negros y se produjeron declaraciones de prensa en contra de la acción militar, encontrando desde el principio para los marines, una patriótica oposición.

Las tropas criollas dirigidas por Desiderio Arias se retiraron a Santiago para fortalecerse y enfrentar al intruso invasor. Estas mismas tropas se enfrentaron a los marines que desembarcaron en Montecristi, destacándose la famosa batalla de La Barranquita.

Al no encontrar los invasores un dominicano que quisiera ser presidente con la presencia de los marines, el 29 de noviembre de 1916 el contralmirante Snapp leyó la proclama que ponía a la República Dominicana bajo el gobierno de los Estados Unidos.

Surgieron movimientos armados en diferentes zonas del país que pedían el abandono pura y simple de las tropas norteamericanas. En el Este se produjeron movimientos armados que recibieron el nombre de los “Gavilleros”, pero que en el fondo eran verdaderos patriotas.

Recuerdo que siendo muy niño venía de los campos de Salcedo, mi pueblo natal, el señor Cayo Báez, quien fue hechizado por los marines sufriendo un estado mental de índole psicológico que actuaba como un loco manso.

Tal como expresa la señorita Consuelo Nivar en su obra “Sistema Educativo Dominicano”, esta enojosa intervención tuvo algunos logros, principalmente en el campo educativo al fortalecer el sistema de la educación básica, designando al valioso ciudadano Julio Ortega Frier como Intendente General de Enseñanza.

Además, el 19 de enero de 1917 nombró una comisión para tomar las medidas necesarias para establecer un sistema educativo ajustado a los intereses del país, integrada por los siguientes ciudadanos:

Arzobispo Nouel, Pelegrín Castillo, Jacinto R. de Castro, Manuel Ubaldo Gómez, Manuel de Jesús Troncoso de la Concha, Julio Ortega Frier y Federico Velázquez Hernández. Esta Comisión preparó la legislación por la que deben regirse nuestros estudios, la cual fue promulgada posteriormente en virtud de la Orden Ejecutiva número 145 de fecha 6 de abril de 1918.

En esta primera intervención el Presidente de la República era Juan Isidro Jimenes, quien fue sustituido por el Dr. Francisco Henríquez y Carvajal, quien se exilió en Cuba y ejerció en Santiago de Cuba como médico, actividad que realizó con un amplio sentido social. Sus restos fueron traídos en 1990 con una comisión, en la que el autor de esta entrega formó parte.

El Plan Hughes-Peynado, propuesto en 1922 aprobó la elección de un gobierno provisional, siendo elegido como presidente el ciudadano Juan Bautista Vicini, quien organizó las elecciones del 15 de marzo de 1924 en las que participaron los líderes políticos de la época como fueron don Horacio Vásquez, elegido presidente, Juan Isidro Jimenes y Francisco J. Peynado.

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