Mi amigo Vinicio Hernández y su interesante libro: El camarógrafo de Trujillo

En mi anterior entrega escribí sobre el valor que tiene la real amistad que se manifiesta principalmente entre dos personas que es la que establecí con Vinicio Hernández y su esposa Mary, a quien conocí en Salcedo,

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En mi anterior entrega escribí sobre el valor que tiene la real amistad que se manifiesta principalmente entre dos personas que es la que establecí con Vinicio Hernández y su esposa Mary, a quien conocí en Salcedo, mi patria chica, al ser la hija de doña Luisa, una maestra de vocación con la que me tocó trabajar en la Escuela Primaria de Salcedo bajo la orientación de la señorita María Josefa Gómez Uribe, una excelente educadora oriunda de San Cristóbal y quien llegó a la Villa de los Almendros en 1911, recién graduada de Maestra Normal y quien se convirtió en matrona de generaciones de salcedenses que hemos llegado a ocupar en la Administración Pública posiciones importantes y desde las cuales trabajamos con la ética, moral y profesionalidad que aprendimos de esos valiosos maestros.

Por su interés mi anterior artículo versa sobre la valiente posición exhibida por el obispo vegano monseñor Panal ante la presencia de Trujillo al pedirle públicamente que suprimiera su persecución política ante el pueblo dominicano.

El interesante libro de mi amigo Vinicio trae otras informaciones sobre el comportamiento de Trujillo en diferentes ciudades del país, pero por falta de espacio me es imposible enfocarlas todas y entre las cuales destaco las siguientes:

Visita a Montecristi

En la tarde, al iniciarse una recepción bailable en el Club Ramfis, la Banda de Música interpretó el Himno Nacional. Antes de que se produjera el sonido del último acorde comenzaron los “¡viva el Jefe!”, pronunciados por diversas voces, una práctica que en el país se había hecho obligatoria. Acto seguido, la misma agrupación musical arrancó con un merengue cuya lírica se refería al bienestar que la Era de Trujillo había traído a los dominicanos. Ante el asombro de todos, Trujillo caminó hacia el frente de la orquesta y comenzó a conducirla en un estilo propio de un director de orquesta sinfónica, como si en lugar de la de un merengue, tuviera por delante la partitura de alguna obra de los grandes clásicos. Cuando terminó, le ordenó al director titular que tocara un tango.

El director pidió a los músicos seleccionar del repertorio de la orquesta la partitura correspondiente a un tango específico.
Cuando se escucharon los primeros compases, Trujillo bajó ágilmente de la tarima y caminó hacia donde estaba la gobernadora de Baní, a la que invitó a bailar. Ambos danzaron de forma magistral.

Los aplausos no se hicieron esperar. El público, entusiasmado, demostraba al caudillo gran admiración en su faceta de bailador. Después de llevar a la gobernadora de Baní a su asiento, invitó a bailar, en turnos diferentes, a tres damas más, de las cuales los presentes comentaban su belleza. El Jefe se esmeró en bailar sabrosos merengues.

Yo no había perdido ni un solo segundo de filmación de las incidencias de la tarde, especialmente las correspondientes al momento en que el Generalísimo se puso a dirigir la banda, así como la de bailar el tango. Cada movimiento de sus manos, cada paso de sus pies, las expresiones de su cara, sin obviar aquella sonrisa muy tensa que las más de las veces parecía no estar mostrando su sincero estado anímico, quedaron fielmente grabados en el celuloide.

Montecristi era un pueblo muy viejo, pero se percibía allí un nivel de desarrollo por encima de los demás pertenecientes a la región fronteriza que, tradicionalmente han sido muy atrasados. Esa noche nos fuimos a dormir a un hotelucho que, aunque carente de las más elementales comodidades, al menos estaba limpio. A la mañana siguiente, todos los huéspedes coincidimos en el comedor para tomar el habitual primer café del día. Entre estos estaba la gobernadora de Baní, quien, al verme, se me acercó para preguntarme si había quedado bien bailando con el Generalísimo.

Usted lo hizo muy bien – le dije.

Entonces me preguntó si le podía conseguir una copia y yo le contesté que se trataba de una película que no me pertenecía porque yo estaba trabajando por contrato. La señora insistía:
Y en caso de que me la consiga, ¿yo la podría ver en el cine de Baní?

Quizás no –le contesté-, porque las cámaras que usamos son de 16mm y las de los cines son diferentes.

Ella exclamó, turbada:
No sé lo que voy a hacer, pero tengo que verme de nuevo bailando con el Jefe.

En posteriores entregas tendré que seguir transcribiendo aspectos importantes del libro del amigo Vinicio Hernández que retratan de cuerpo entero la problemática actuación de Trujillo en su comportamiento en contra del pueblo dominicano.

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