Evitemos el fuego

El tema de las primarias está en el centro del debate nacional desde hace varias semanas. Pugnas, diatribas, simposios, artículos, invitados internacionales y libros recogen las ideas al respecto y l

El tema de las primarias está en el centro del debate nacional desde hace varias semanas. Pugnas, diatribas, simposios, artículos, invitados internacionales y libros recogen las ideas al respecto y las posiciones jurídicas y políticas de las partes en disputa.

Y aunque la solución del problema es política, no jurídica y menos aún filosófica, la discusión parece tener tintes kantianos. Obviamente, analizar la política dominicana puede ser un quebradero de cabeza si nos quedamos en los discursos (logomaquia) y no “leemos” las prácticas de nuestra clase política.

En la baraúnda es difícil apreciar lo que “realmente sucede” y diferenciarlo de los valores que subyacen en la disputa. Como inferir “el ser” a partir de postulados factuales, si los “valores” en juego tienen la consistencia, fortaleza o debilidades propias de los grupos que los promueven y que mañana podrían, sin más, proponer otros antagónicos.

Debemos distinguir en la discusión dos tipos de categorías, los llamados juicios prescriptivos de los operativos; los primeros apuntan a los “fines”, los segundos a las “funciones”. El primero necesita para sostenerse del consenso de la comunidad política, logrado a veces sin diálogo horizontal, sino con procesos de manipulación ideológica e influencias externas al individuo (heteronomía). El segundo, permite una discusión o un diálogo desde el disenso. Ambos lo hacen desde distintos tipos o “juegos del lenguaje” (Wittgenstein), con una narrativa que esconde el más descarnado individualismo. A todo esto y más sencillo, la cuestión parece un pleito entre dos calvos por un peine, como dijera Borges sobre la “Guerra de las Malvinas”. Donde más importante que lo que se ve es lo que subyace.

El debate no permite ver lo que debería ser el punto central del momento político: la fiscalización de los partidos políticos y el control de los recursos que estos manejan.

Si no hay consenso sobre la forma de las primarias, es posible que no pase la ley. Y, si esta “no pasa”, iremos a las próximas elecciones sin ley de partidos. Y, por vía de consecuencia, a “manos llenas” para gastar sin fiscalización ni control. Juego en el que parece están todos los partidos del sistema: grandes y pequeños, en el poder y fuera del mismo.

Ojalá y este no sea el objetivo y que los grandes actores del sistema político nacional procuren espacios de constructiva reflexión, siempre teniendo como norte los grandes intereses nacionales. Esto así porque, en todo caso, “lo más importante no era casarse, sino casarse bien” (Abigaíl Mejía, Sueña Pilarín, Capítulo I).

La clase política debe resguardarse. El nivel de credibilidad de los partidos parece descender y eso no es bueno. La partidocracia -que padecemos- no puede jugar al absurdo, todo tiene límites. Las eclosiones sociales son, las más de las veces, abruptas y sorpresivas. A veces, y de forma imperceptible, solo es necesario un fósforo, pequeño y en la vereda, y si las previsiones no existen o son deficientes, podría encenderse y perderse todo el cañaveral.
Evitemos el fuego.

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