Juan Antonio Alix murió en febrero de 1918. De eso hace 100 años y Santiago no olvida a su inmenso poeta. Nació en Moca pero pasó su vida en la ciudad del Yaque

En el espacio donde hoy se ubica el que fuese Mercado Modelo de Santiago, había un gran solar, una plaza parecida a la Plaza de Armas (luego Parque Central que se convirtiera en Parque Duarte). El sitio se usó con mesas improvisadas o con cerones y sacos de henequén en el suelo antes que se construyera el viejo mercado de madera en el centro de la calle del Comercio.

Aquí venían los campesinos de las zonas periféricas para colocar sus frutos a la venta y así se amontonaban las berenjenas, cañafístolas, musú de baño, cundiamoi, orégano poi rama, ciruela morá, vija, molondrones, miel de abeja sin bautizar, tuatúa, limones dulces con su amarguito de fondo, guayaba, cerezas, berro de los pantanos, mango colone, mango gallito, mango tablita, Calomé pa’ la ladilla, cebo de ovejo, manteca de cacao, manteca de culebra, Pru conocido luego como mabí de bojuco fermentao; Litargirio para el grajo, Sudorina Estrella Azul que servía hasta para nacío ciego, y encima de todo eso los locrios y moros que hacían en pailones. El único producto que resaltaba frente a los demás eran las hojas sueltas, la décima que siño Alí vendía a un chele o un par de motas.

Juan Antonio Alix era asiduo por el Mercado porque ahí había una fuente de sobrevivencia y le quedaba a pocas esquinas de su casa de la calle la Amargura, hoy Duvergé, por detrás de la Iglesia Mayor. Así es que mientras se vendían los víveres por árganas, otros comían en la rancheta de Colasa y los más jodones leían en voz alta los poemas jocosos de Don Toño, que era como se le conocía en esos alrededores. No faltaba el café colado en colador de tela con agua caliente de alguna lata puesta sobre tres piedras con leña y hasta algún trío de músicos buscando un plato de mondongo para sanar alguna resaca de romo de Bernal o del nuevo Palo Viejo de Bermúdez.

Ese es el retrato “hablado” del poeta, lo que todo el que conoce la historia repite una y otra vez. Con todo ese vagabundear, no era un indigente.

Alix era una combinación de Quijote sin caballo con Arianus Jacobus Zuyderland, aquel anciano sordo que le sirvió de modelo a Van Gogh cuando este iniciaba una corta carrera artística que marcó la Historia del Arte Universal.

Ese anciano deambulante, cual Fello Persia de la Cucurullo, buscaba, más que tomates viejos y casabe con mambá, informaciones de los últimos chismes del pueblo que se convertirían en noticias rimadas luego de que José María Vila Morel le hiciera el favor de imprimírselas en una vieja Chandler casi de manigueta.

El tabaco ya ha bajado
porque paga mucho flete,
pero a seis pesos y a siete
primera clase han pagado.
La segunda siempre ha estado
a cuatro pesos quintal;
La cera del Guayabal
por ella nadie pregunta,
Pero el cebo de La Punta
Su precio es algo fatal (…)
••••
Los cueros de Puerto Plata
por su precio exorbitante
al infeliz comerciante
lo ponen a andar a gatas.
En fin, ya hoy no se trata
En Santiago ningún cuero
pues hay tantos, que no quiero
sino asegurarlo así:
que se consiguen aquí
con dinero y sin dinero (…)

Era Juan Antonio Alix de mediana estatura, ojos de águila más claros que un rayo de Sol, pelo bronco hacia arriba y barba de profeta en pleno ejercicio de su profesión. Vestido elegantemente con su flu kaki y su chalina ancha de matices morados y azules, tocado por un sombrero canotier o de pajilla. De caminar rápido y nervioso como al que lo esperan para hacerle una declaración de amor; de fácil conversación y amigo de todo el mundo. Al hablar gesticulaba con las manos como si manejara cinco títeres al mismo tiempo y como si lo que dijera fuese acentuado por sus dedos. Compadre del General Lilís de cuando los dos eran simples soldados de la Restauración.

De sus composiciones dejó algunas que todavía se conocen de memoria y se repiten en algún velorio de pobre, que no hay que despedirse de este mundo con tanta seriedad y lloriqueos. No falta allí su “Follón de Yamasá” que es el himno de la jocosidad cibaeña, aunque el más conocido es el de los “mangos bajitos” una verdadera crítica contra la corrupción y aquellos que se benefician de la influencia de amigos y familiares en el poder. De este poema, Juan Luis Guerra tomó unos versos y lo convirtió en merengue siguiendo las huellas de Ñico Lora cuando por los inicios del siglo musicalizaba las décimas más pícaras que alegraban al pueblo.

En ese Santiago de Alix, no hay ni Monumento, ni puente Yaque, ni ningún puente porque la gente cruzaba en la barca de Borbón poi lo lao dei Matadero. Apenas tres años antes de morir, contó Santiago con luz eléctrica cuando el comerciante Augusto Espaillat instaló su planta en el Aserradero La Fe, en la bajadita de la Cuesta Blanca, en la boca de Nibaje.

¿Pero de dónde le vino a Alix el hacer décimas? Es fácil entender que Alix era un hombre culto y de muchas lecturas. Sus amistades, la intelectualidad de la época, puede ser otro índice de su alto nivel de conocimiento. Fue un gran amigo de Ulises Francisco Espaillat, Pedro Francisco Bonó, Perico Pepín, Juan Bautista Gómez, Gregorio Luperón, Hostos, el doctor Betances, Arq. Louis Bogaert, y todos aquellos que participaron en el movimiento de la Restauración del que fue parte activa. Su “gran pecado” fue ser compadre de Lilís y eso no se lo perdonan los mocanos que han inventado que Papa Toñó era un chivato. ¿De dónde sacan estas afirmaciones sin prueba? Hacen lo mismo que hizo Balaguer con el cuento chino de las faldas de Ercilia Pepín y Sergio Hernández: inventarse una mancha. En ningún libro de Historia aparece esta insinuación.

Todos los escritores e historiadores dominicanos lo elogian como el gran poeta popular. Siendo hermano de Eloísa, la esposa de Ulises Francisco Espaillat, compartió con este en múltiple ocasiones y en sus papeles, al igual que los de Bonó, no dice por ningún lado que su honestidad fuese cuestionada. Lo que sí se puede entender es que con el asesinato de Lilís, su pellejo estaba en peligro y por eso se entiende que Alix, ya sin fuerza y viejo, hiciera una décima alabando a Mon para que no lo molestaran. Su valentía desafiante y su gran sentimiento de dominicano fue más que un vínculo con el General Heureaux, como lo afirmaba su hermana Herminia Heureaux, gran educadora de Santiago y colaboradora del perseguido Sergio Hernández, en la Era.

De la dominación española nos quedó el vínculo religioso y literario que a pesar de la expulsión que ocurrió en los años de la Restauración, siguieron influyendo en la mentalidad del dominicano, sobre todo por muchos de los historiadores. En el caso de Alix esa influencia fue muy fuerte desde la literatura del Siglo de las Luces y la obra de Francisco de Quevedo quien sobresalió como ensayista, y como poeta. Como poeta romántico y lúdico en sus décimas agudas y su enemistad con Góngora.

No importó que Alix participara como capitán en aquellos ejércitos de descalzos de viejos fusiles y machetes que sacaron al odioso General Buceta, impuesto por la Gándara en momentos en que el imperio español era arrodillado por los restauradores. Ello no impidió su admiración por Cervantes y Pérez Galdós,
El periodista José Ramón López, quien fuese adversario del Presidente Ulises Heureaux y luego su secretario, fue el primero en descubrir las genialidades de Alix y es así que se organiza la compilación de esos versos sueltos que él prologó y editó en los años 20 como homenaje póstumo al poeta, ido en el 18. Tanto para Demorizi como para Balaguer, quienes continuaron publicándolo, encontraron el trabajo hecho, cogiendo los mangos muy bajitos. Solo faltaban las décimas jodonas, esas que el poeta Fernández Rocha le llevó a Héctor Incháustegui Cabral y que no vieron la luz nunca. Continúan inéditas hasta que el falso pudor y el puritanismo sean expulsados de la literatura dominicana, o hasta que un reguetonero se tope con ellas y las destroce con su infernal “música”.

Balaguer, en su prólogo de la edición del 1953 habla y hasta defiende el carácter atrevido y picaresco de muchas de sus décimas, pero en su edición no incluye ninguna de ellas. No se conocen por ejemplo: El Hacha, El algarrobo, La oda al chivo, Doña Pepilla, La graciosa Margarita, La bicicleta, A Lucita, Las Tortilleras, Los culos de las gallinas, entre otras. Tampoco valió que Tomás Hernández Franco defendiera y alabara públicamente en aquella famosa Conferencia de París en la que, en un francés acibaeñeado enaltecía al poeta por su fuerza folclórica, su gracia y su originalidad.

Resaltaba Tomás: “…queremos hacer un alto para dirigir hacia el pasado un gran saludo de admiración y de cariño a la memoria del más grande folclorista dominicano, el único que hubo antes de ahora: Juan Antonio Alix…(…) Hay en él, maestría y paciencia de burlador (…)Frases como peldaños de alguna metafísica escala desde cuyo vértice habrá de ser inédita la salida del Sol…(…) El folclore no quiere decir una vulgar adaptación de los cuentos chascarrillescos que ruedan por las plazoletas aldeanas. El folclore tiene su propia vida en él mismo, es apasionado y artista, es hondo como un mar de pasiones, y en él debe relampaguear el genio como a través de todo lo que pretenda ser obra de arte. Por eso no es flolclorista quien quiera serlo…

Juan Antonio Alix será recordado siempre porque su obra penetró en el pueblo, se hizo eco de sus alegrías y pesares, de su suerte y forma parte del pensamiento crítico dominicano, aquel que se forja para seguir los pasos de nuestra identidad.

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