La dinámica del desarrollo, tiene infinidad de aristas y lo que beneficia una mayoría, arrastra perjuicios para otros. El adelanto de la sociedad dominicana en el plano digital, es quizás uno de los elementos de más energía y rápida evolución y hoy no hay quien se sustraiga de un artefacto “inteligente”, que pone la inteligencia propia en constante prueba. Los jóvenes lo menos que hacen es hablar por el teléfono, abriendo espacio a redes sociales, con paradójicos resultados: los acercan a los lejanos y los alejan de los cercanos. El fraude, deporte nacional; adquiere particulares ribetes e infinidad de posibilidades, teniendo como herramienta el que su inventor, Antonio Meuccy y no Graham Bell como nos enseñaron en la escuela, llamó telestrófono. Operando desde cárceles criollas, donde guardan prisión apresados por denuncias de sus acciones, un numeroso conjunto de individuos, hacen llamadas al azar para notificar al recipiente, que ha sido “ganador”, de tal o cual premio. El dominicano que siempre anda creyendo en “huevos de lechuza”, muerde fácilmente el anzuelo y “rompe’ablá”, nublando su capacidad de análisis y reacción. El profundo conocimiento de la siquis del dominicano, por parte del artífice de fraudes, le permite aprovecharse de la detectable y común codicia y utilizando información que la propia víctima le suple, le arma un “mambo” haciéndole creer que ha sido beneficiado en una rifa, un premio de lealtad o lo que en ese momento utilice como cebo, para “enganchar”, zoquetes. Una amiga, aguda por naturaleza y con manejo excepcional de una actitud de pendeja, a quien hace tiempo le robaron la capacidad de asombro, se burló de manera magistral de un artista del fraude vía celular. Recibió una llamada de un número no registrado, comunicándole que Altice, anterior Orange, le premiaba por su fidelidad con RD$100,000. Le manifestó que Jochi Santos y Milagros Germán lo habían escogido, por ser “cristiano”, y obsequiarle una “gran compra”. Puso condiciones: el código de barras de productos comerciales: leche Carnation y sopa Maggi, supuestos auspiciadores. Colocarlos en un sobre para entregar y a un número por indicar, “ponerle” dos recargas de $250 cada una. La amiga, siguiéndole la corriente, sazonó con gritos eufóricos su “suerte”, indicándole que dentro de un rato sería que podría completar sus requisitos y que como era tan compleja la adquisición de la compra, se quedaría solo con el “premio”, que daba para muchas compras. Cuando el sujeto se sintió burlado, le gritó, al margen de su cristiandad, toda suerte de improperios y finalizó con un “púdrete; muérete, azarosa”. Tremenda lección que nos da la amiga que se burló del timador. Nos robaron la credibilidad y la respuesta inocente no existe; vivimos “chivos, moca, culebros, ojerosos”. La víctima le “pone” una recarga de manera “voluntaria” y aunque hay dolo, nadie recurre a la justicia por $500.

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