Hace algunos años oí la anécdota, cierta o inverosímil, de que un dirigente político en New York, para halagar a su líder y demostrar su capacidad de convocatoria, lo invitó a tomarle juramento a unos dos mil nuevos miembros que, supuestamente, había captado para proyectarse como un gran activo de su partido en esa gran urbe. Todo iba bien, e incluso el líder-candidato, por condescendencia y cortesía partidaria, aceptó, aunque incrédulo, el imaginario de tan apoteótica juramentación. Sin embargo, casi en el acto, se oyó una voz de otro emblemático dirigente que, bajito susurró-preguntó -con la vista puesta en el proponente-: “…que si podía, y si no era mucho pedir, quitarle, por lo menos, un cero a los dos mil…”. Por supuesto, la risa no se hizo esperar.

Traigo el símil a cuento, porque a raíz de la recién finalizada Convención perremeísta, el poeta y presidente de la comisión organizadora, Tony Raful, informó, según una nota del Diario Libre del 18 de marzo de 2018, “…que el 75% de los miembros del padrón electoral ejerció su derecho al voto en el país y en las seccionales del exterior” (aunque, a posteriori, el vate lo ha negado, probablemente haciendo honor al famoso y recurrente estribillo: “Donde dije digo, digo Diego” –ver para mas señas: video CDN-marzo-18-2018-).

Sin embargo, me imagino, que, al igual que en el caso del dirigente de New York, y ante lo que los medios reportaron sobre tardanza en la entrega de materiales o fallas en la logística operativa, amén de suspensiones y posposiciones, los candidatos-aspirantes Jesús Vásquez, Feris Iglesias y Geanilda Vásquez, se estarían preguntando si el poeta no pudo bajarle algo a ese “75%” que, cual poema épico, dejo caer a la opinión pública nacional sin temblarle el verbo o la musa.

Y no por ser contrario, quisiera demeritar o denostar un proceso del que no conozco, ni debo conocer, sus intríngulis o dinámica interna, sino, porque, y desde siempre, he sido un abanderado -sistemático- de que los partidos políticos están compelidos a celebrar, sin posposiciones ni subterfugios baladíes, procesos eleccionarios internos para renovar- refrendar sus autoridades partidarias y, de paso, ejercitar sus democracias internas más que -“frisadas”- anquilosadas.

Finalmente, y aunque Orlando Gil bien escribió que “Todos saben que el vaso no se rebozó”. Hay que anotarle un ¡gol! -a su favor- al poeta Raful (¡Que sabrá Dios cuándo dejará de contar lo que, probablemente, ya contó! -Sin las interferencias del caudillismo histórico-estructural, que se expresa con “…asomos de luchas feroces…”; y agregamos nosotros, sin excepciones partidarias-).

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