Confieso que no era mi intención, por lo menos en lo inmediato, escribir sobre el tan “cacareado” tema de la lucha libre. Sí, de este espectáculo alienante y que marcó -en República Dominicana- una tétrica etapa en la que imperaron el engaño, la farsa, el truco, el teatro y la inequidad social.

Aquí lo concreto: La lucha libre, cumplo con ratificarlo, es una farsa. Un engaño que adormece las cabezas de los incautos. Es un espectáculo, no un entretenimiento y mucho menos un deporte. Aunque así quieren venderlo muchos de sus defensores.

Esta gran farsa, durante décadas, mantuvo engañados a miles de dominicanos, especialmente a niños y adolescentes…¡yo incluido!
Recuerdo que en mi niñez había populares líderes de la lucha libre. Y cito algunos: El Cacique, El Silencioso, Vampiro Cao, Fuling Chang, El Vudú, El Taira, el Corsario Negro, El Atómico, los hermanos Rayo y Relámpago, El Duque, El Huracán Castillo, Apolo Dominicano, El Santo Asesino, El Villano, El Pirata, El Justiciero y El Toro Negro. Debo revelar que fui un fiel aficionado de ese espectáculo. ¡Ah la inocencia!

En épocas posteriores, digamos en los finales de los años 70, pero también alcanzando las décadas de los 80 y 90, llegaron Jack Veneno, Relámpago Hernández y un tal Hugo Savinovich.

Hugo Savinovich, me cuenta el veterano humorista Miguelito Guante, fue mercadeado como un “excelente luchador extranjero” que lanzaba “retos” al carismático Jack Veneno.

No niego que Jack Veneno (Rafal Sánchez es su nombre original), se destacó como un luchador muy popular y apadrinado por empresarios del país.

Asimismo, el propio Jack Veneno -a través de un programa que transmitía por Color Visión- levantaba su ego, porque había que hacer una especial promoción del gran líder de la lucha libre.

Jack Veneno, a quien proyectaron como “un superhéroe” -¡gran irrespeto a la verdadera heroicidad!- trabajó durante muchos años como un técnico pancracista. Era parte del teatro que caracteriza a la lucha libre.

El espectáculo de la lucha libre llegó a ocupar amplios espacios en las páginas deportivas de los periódicos nacionales, así como en programas de radio y televisión. Ese ruidoso despliegue en los medios de comunicación también formó parte de la farsa.

Todos estos luchadores protagonizaron -con una publicidad bien diseñada- “encendidas peleas” que concitaron la atención de niños, jóvenes, adolescentes y hasta de adultos incautos.

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