Hiram Burgos debe ser, al menos por unas cuantas horas, el hombre más feliz que existe sobre la faz de la tierra.

Tras seis entradas de mucha calidad anoche para el Licey ante los Gigantes del Cibao, pasó de ocupar el puesto del Guasón a sentarse en el trono de Batman.

Azotado por una fanaticada azul que lo vio traer nada en tres aperturas de la serie regular, compilando foja de 0-2, con un promedio de carreras limpias de 11.17, el boricua se presentó muy diferente anoche al ceder cuatro imparables, lograr igual cantidad de ponches, dos bases por bolas y una carrera, haciendo lo necesario para mantener a su equipo en pelea.

El de ayer era el Burgos que muchos del lado felino quisieron en la agonizante parte final de la fase preliminar, donde los campeones pasaron las angustias de un sediento en medio del Sahara antes de encontrar el oasis que les dio la clasificación en el partido número 50 de igual cantidad de encuentros programados.

Hiram mostró comando de sus envíos en la mayor parte de su estadía en la lomita de un parque que, como el Julián Javier, suele ser un infierno para los serpentineros. Tener comando no es necesariamente lanzar todo por la zona de strike, es ponerla donde le duele al rival.

Los bates del Licey le dieron el respaldo debido. La escuadra de Pipe Urueta nunca ha tenido problemas con hacer carreras. Erick Aybar, Jonathan Solano, Yamaico Navarro, Juan Francisco y Yermín Mercedes, entre otros, no son un pastel de cumpleaños. Suelen ser amargos con el madero. Picheo y defensa fue el origen de la cefalea.

Antes de comenzar el partido, Raúl Valdés, un zurdo difícil de descifrar en esta pelota, era el amplio favorito contra Burgos, a quien sin duda miles de parroquianos del Licey le hubiesen pagado su boleto de regreso a Puerto Rico con tal de que no abriera el encuentro.

Pero esa es la pelota: el deporte que siempre enseña y tumba todas las teorías y pronósticos.

Aunque Jairo Asencio tuvo que meter el brazo al final, Licey ganó su primer partido y Burgos, que sin dudas durmió como un bebé, se despidió cubierto con el manto de la famosa frase que dice: “Eres tan bueno como lo último que haces”.

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