Jamás sabemos aprovechar, ni valorar en su justa medida aquello y aquellos a quienes tenemos cerca de manera constante e incondicional.

Es más, a veces pensamos que es así como debe ser, no lo vemos como una bendición, muchas veces inmerecida.

Pocas veces agradecemos la dicha de poder contar con el apoyo, la compañía y el amor de nuestras personas queridas.

Nos acostumbramos a la alegría de los logros, la bonanza económica, la estabilidad financiera y no se nos ocurre pensar que se trata de una etapa de llamados buenos tiempos, que tanto nos gusta disfrutar y que no nos detenemos a pensar ¿qué hicimos para merecer lo que ahora estamos recibiendo?

Contrario a los llamados tiempos malos y situaciones difíciles, que desde que asoman en nuestro panorama, nos hacen pensar que estamos siendo víctimas de una injusticia, que se trata de un castigo inmerecido y es ahí donde comenzamos a preguntarnos: ¿por qué a mí? Poder contar con la cercanía, el apoyo, el amor y la compañía de una persona cada vez que queremos, nos hace, no dejar de reconocer lo que significa para nosotros, pero sí nos impide pensar que un día, por algún motivo, podría dejar de ser así.

Eso pasa porque estamos seguros de que todo lo bueno que nos pasa es lo que merecemos.

No estamos preparados para las adversidades, los malos ratos, ni para las pérdidas, de ninguna índole.

Es esa misma condición humana la que nos hace creer que todas nuestras acciones, por terribles que sean, están justificadas. No importa el daño que les causemos a terceros, siempre vamos a creer que lo que les hicimos era lo que se merecían y que todo obedeció a nuestro legítimo derecho a la defensa.

Aunque no lo expresemos, nos sentimos y creemos perfectos, por eso, pocas veces pedimos perdón, pocas veces reconocemos y rectificamos un error, al contrario, siempre, de cualquier forma, justificamos nuestras malas acciones.

Queremos todo lo bueno para nosotros, porque nos lo merecemos, y por ello, no entendemos cuando las bendiciones tocan las puertas de nuestros vecinos antes que la nuestra. No aceptamos que es su tiempo, su momento, así como un día fue o será el nuestro.

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