La tumba de los imperios: La guerra infinita (6)

Zbigniew Brzezinski, la eminencia gris que utilizó como marionetas a varios presidentes norteamericanos en materia de política exterior, el aristócrata polaco, el brillante y poco escrupuloso asesor quizás no sabía (o quizás no le importaba…

Zbigniew Brzezinski, la eminencia gris que utilizó como marionetas a varios presidentes norteamericanos en materia de política exterior, el aristócrata polaco, el brillante y poco escrupuloso asesor quizás no sabía (o quizás no le importaba o quizás así fue planeado) que la Operación Ciclón plantaría “las semillas del nuevo conflicto global tras el término de la Guerra Fría.” No sabía quizás que el imperio usamericano estaba afilando cuchillo para su propia garganta:

“El apoyo económico y táctico de la CIA -a través de la Operación Ciclón- a los grupos subversivos en Afganistán les dio no solo el armamento necesario, sino el impulso que requerían para promover su lucha fuera de sus fronteras, donde había mucho islamista radical dispuesto a ser reclutado para dar su vida en pro de una ‘causa noble’. Un joven idealista que pertenecía a una familia influyente en Arabia Saudita escuchó el llamado y viajó hasta Pakistán para unirse a los combatientes islamistas en la lucha contra la maquinaria soviética. Su nombre: Osama bin Laden”.

El autoatentado terrorista del 11 de septiembre de 2001 sirvió de pretexto para llevar a cabo una operación que había sido planificada en secreto con muchos años de antelación.
La historia, explica Hugo A. Cañete, vuelve a repetirse:

“Como consecuencia, otra superpotencia vuelve a poner sus ojos en Afganistán. En el plazo de un mes, los cielos afganos hervían de aviones y helicópteros equipados con la última tecnología. Al contrario que las antiguas tropas coloniales británicas, un piloto norteamericano podía sobrevolar territorio afgano a Mach 1, soltar la carga de bombas y volver a la base en cuestión de horas. Solo unos cuantos grupos de tropas especiales estaban sobre el terreno. Algunos de ellos llevaron a cabo en 2001 el célebre asalto a Mazar-i-Sharif, una de las principales bases terroristas, a lomos de pony afgano.

Fue la primera carga de caballería del ejército de los Estados Unidos en el siglo XXI.
“La ofensiva desencadenada por USA y sus aliados dio sus frutos, y pronto los talibanes huyeron a sitios más seguros en las tierras altas de las montañas del Hindu Kush, quedando los campos de entrenamiento de terroristas de Al-Qaeda abandonados. Una vez más, los invasores extranjeros pusieron en el poder un régimen, el de Hamid Karzai, afín a los intereses de la Coalición.

“Todas las invasiones llevadas a cabo en Afganistán fueron bien en sus comienzos, pero hasta la presente, ninguna superpotencia ha encontrado una alternativa viable a lo que se conoce como la receta del fracaso en Afganistán” (Hugo A. Cañete, “Alejandro y Afganistán. Reflexiones nuevas para una guerra vieja”).

Más adelante, las reflexiones de Hugo A. Cañete sobre las causas que han hecho tan difícil o imposible el dominio de Afganistán, arrojan mucha luz sobre el problema y permiten sin duda un mejor entendimiento:

“Afganistán ha sido siempre un territorio invertebrado más que una nación en el sentido convencional. Algunas veces ha tenido líder, bandera, moneda y sistema jurídico, pero las tradiciones y costumbres de independencia locales preponderan fuertemente sobre cualquier institución política superior.

Después de todo, Afganistán está compuesto por distintas etnias que hablan más de 30 idiomas. Solo el 12 % de la tierra es cultivable [incluso su principal cultivo, el opio, es ilegal] dispersada por valles fértiles aislados entre desiertos y montañas, por lo que no tienen mucho que perder resistiéndose a intrusos invasores.

“En Afganistán, una rebelión siempre se perpetúa en el tiempo. Una fuerza compuesta por un mero 10% de la población puede valerse del terreno agreste y el clima hostil muy eficientemente contra ejércitos muy superiores. Incluso estas minorías pueden crecer circunstancialmente hasta el 90% de la población. Los locales no se dejan dominar por el mero hecho de que un extranjero invada sus tierras. El país no tiene elementos de vertebración ni límites definidos. Éstos son nominales y poco importan a sus habitantes.
“Las pocas ciudades grandes que hay en Afganistán están todas en su periferia: Mazar-i-Sharif en el norte, Herat en el oeste, Kandahar en el sur y Kabul en el este. Muchos grupos étnicos en Afganistán tienen más cosas en común con etnias de otros países circundantes que con el resto de la población de su propio país. Esto permite a los rebeldes moverse a través de fronteras, dispersarse y reagruparse, siendo amparados por gentes de cultura afín. Bajo estas circunstancias, al margen de que se conquisten o no las grandes ciudades, un invasor nunca puede llegar a tener una noción clara de quién está ganando la guerra”. (Hugo A. Cañete, “Alejandro y Afganistán. Reflexiones nuevas para una guerra vieja”).

Tras tantos años, la guerra no ha terminado y no parece que va a terminar. El precio que han pagado los habitantes de Afganistán en vidas humanas, en sufrimientos inenarrables, en pérdidas materiales es sobrecogedor.

Parte importante de la “devastación de la infraestructura civil de ese país, que creó las bases de ese desastre humanitario, es obra de la Unión Soviética entre 1979 y 1989” . Otras cifras “sugieren que en Afganistán el balance total de las consecuencias directas e indirectas de las operaciones estadounidenses [y occidentales] desde el inicio de los años 1990 hasta el día de hoy podría ser estimado entre 3 y 5 millones de muertos” y faltan muertos.

Faltan millones de muertos en todos los bandos porque uno de los grandes protagonistas de los conflictos bélicos actuales es el general uranio. El uranio empobrecido. Un hermano menor del uranio enriquecido, pero sumamente letal a corto y largo plazo.

El uranio empobrecido, el pobre uranio, es un residuo de la industria nuclear. “Después de más de 50 años de producción de armas atómicas y de energía nuclear, EEUU tiene almacenadas 500.000 toneladas de uranio empobrecido, según datos oficiales”. Hay que pensar desde luego que Rusia y otros países del club atómico no se quedan atrás.
“El uranio empobrecido es también radiactivo y tiene una vida media de millones de años. Por ello, estos desechos han de ser almacenados de forma segura durante un período de tiempo indefinido, un procedimiento extremadamente caro. Para ahorrar dinero y vaciar sus depósitos, los Departamentos de Defensa y de Energía ceden gratis el uranio empobrecido a las empresas de armamento nacionales y extranjeras. Además de EEUU, países como Reino Unido, Francia, Canadá, Rusia, Grecia, Turquía, las monarquías del Golfo, Taiwán, Corea del Sur, Pakistán o Japón compran o fabrican armas con uranio empobrecido. El ejército israelí reconocía el pasado 10 de enero que lleva utilizando desde hace años munición de uranio empobrecido.

“Desde 1977 la industria militar norteamericana emplea uranio empobrecido para revestir munición convencional (artillería, tanques y aviones), para proteger sus propios tanques, como contrapeso en aviones y en las pruebas de los misiles Tomahawk, y como componente de aparatos de navegación. Ello es debido a que el uranio empobrecido tiene unas características que lo hacen muy atractivo para la tecnología militar: en primer lugar, es extremadamente denso y pesado (1 cm3 pesa casi 19 gramos ), de tal manera que los proyectiles con cabeza de uranio empobrecido pueden perforar el acero blindado de vehículos militares y edificios; en segundo lugar, es un material pirofórico espontáneo, es decir, se inflama al alcanzar su objetivo, generando tanto calor que provoca su explosión” (“¿Qué es el uranio empobrecido?”, http://iacenter.org/depleted/du_eurspan.htm).

Estamos, pues, en presencia de una de las grandes maravillas de la modernidad. 

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