La tumba de los imperios: el turno de los soviéticos

Gran Bretaña no se conformó con perder dos guerras a manos de los afganos. Llevaron a cabo y perdieron una tercera en 1919, y al final de la misma tuvieron que firmar un tratado de paz, un armisticio.

Gran Bretaña no se conformó con perder dos guerras a manos de los afganos. Llevaron a cabo y perdieron una tercera en 1919, y al final de la misma tuvieron que firmar un tratado de paz, un armisticio.La Unión Soviética fue el primer gobierno que reconoció la independencia de Afganistán y sería el último que invadieran. No sólo se perdió la guerra, se perdió también la Unión Soviética. Y uno de los grandes artífices de la derrota y el derrumbe de los soviéticos fue Zbigniew Brzezinski, de origen polaco, con nombre y apellido impronunciablemente polacos. Alguien que tenía sobradas razones para odiar a la unión soviética.

Las relaciones entre afganos y soviéticos fueron amigables y estables hasta finales de diciembre de 1979, fecha en que el ejército soviético entró en Afganistán con ciento diez mil soldados “a petición” y en apoyo de un gobierno títere. Poco tiempo después se desató en Afganistán una guerra patria contra el invasor.

El conflicto no era cosa del azar, había sido planificado al milímetro:

“El 3 de julio de 1978, el presidente de Estados Unidos Jimmy Carter firmó un decreto presidencial secreto que autorizaba el financiamiento de guerrillas anticomunistas en Afganistán aunque las primeras operaciones de la inteligencia estadounidense y británica y la participación del gobierno de Pakistán, todas clandestinas, datan de comienzos de la década.

Un primer intento de guerra civil y golpe de estado fracasó en 1975”.

“En su obsesiva misión de socavar la influencia soviética, directa o indirecta, Brzezinski jugó un papel clave en operaciones como el fallido rescate de los rehenes estadounidenses en Irán (el consejero creía que el ayatolá Jomeini buscaba entablar un diálogo con Rusia), también construyó lazos con China para evitar que Vietnam -apoyada por los soviéticos- triunfara sobre la Camboya de Pol Pot. Pero quizás no hay otra decisión con ramificaciones tan dramáticas para los Estados Unidos como el financiamiento multimillonario de los muyahidín ante la invasión soviética de Afganistán”.

“El apoyo económico y táctico de la CIA -a través de la Operación Ciclón- a los grupos subversivos en Afganistán les dio no solo el armamento necesario, sino el impulso que requerían para promover su lucha fuera de sus fronteras, donde había mucho islamista radical dispuesto a ser reclutado para dar su vida en pro de una causa noble. Un joven idealista que pertenecía a una familia influyente en Arabia Saudita escuchó el llamado y viajó hasta Pakistán para unirse a los combatientes islamistas en la lucha contra la maquinaria soviética. Su nombre: Osama bin Laden”.

“La Operación Ciclón es una de las operaciones de la CIA más largas y caras llevadas a cabo. El financiamiento comenzó con $20-30 millones por año en 1980 y alcanzó los $630 millones anuales en 1987;[3] para un total estimado de 40.000 millones de dólares durante los 25 años de duración, aunque el verdadero valor no se conoce por el secretismo de ésta”.

“El consejero de Seguridad Nacional del presidente Jimmy Carter, Zbigniew Brzezinski, apoyó la decisión estadounidense de ayudar a los muyahidines para provocar que la Unión Soviética se involucrara en un conflicto costoso, equivalente al de la guerra de Vietnam, del que no podría desprenderse por amenazar directamente su frontera sur. En una entrevista en 1998 con el semanario francés Le Nouvel Observateur, Brzezinski recordó que:

“No presionamos a los rusos a intervenir, pero incrementamos a propósito la probabilidad de que lo hicieran… Esa operación secreta fue una idea excelente. Tuvo el efecto de atraer a los soviéticos hacia la trampa afgana… El día que los soviéticos cruzaron la frontera, escribí al presidente Carter: ‘Ahora tenemos la oportunidad de darle a la Unión Soviética su guerra de Vietnam”.

“Brzezinski había puesto la trampa, y como resultado, logró darle a la Unión Soviética su propio Vietnam”.

Cientos de miles de soldados invasores perecieron en el sangriento y desigual enfrentamiento, que concluyó al cabo de diez añoz con una retirada humillante y precipitada del ejército rojo y una crisis institucional de proporciones elefantíacas que contribuyó de muchas maneras a la desintegración del coloso soviético.

Así describe el conflicto Hugo E.

Cañete:

Guerra Afgano-Soviética
Un siglo más tarde, en plena guerra fría, la Unión Soviética envió a 100.000 soldados a instaurar un gobierno títere en Afganistán (1979-1989), país que seguía siendo gobernado todavía por señores tribales. Naturalmente, las armas de las que disfrutaban los rusos en el siglo XX no eran las de 100 años atrás. Tras alcanzar con facilidad los objetivos iniciales fueron presa de una falsa sensación de victoria. Creían que aquello era un asunto de semanas, pero las semanas se tornaron años y los años, lustros.

Los soviéticos habían preparado la invasión concienzudamente, construyendo carreteras y autopistas que la facilitaran. Siempre, claro, con el pretexto de ayudar a los afganos. Sin embargo, en el contexto de la guerra fría, Estados Unidos pensó que apoyando a la resistencia afgana podía darle a la Unión Soviética su guerra de Vietnam. El dinero y el armamento americano mantuvieron viva la llama de los muyahidines, los señores de la guerra actuales.

En 1986, Gorbachov se refirió al conflicto afgano como una herida sangrante para la Unión Soviética. Los Estados Unidos interpretaron estas declaraciones como una debilidad en la determinación soviética de mantenerse en Afganistán y decidieron darle el golpe de gracia mediante el suministro de misiles tierra aire Stinger a los muyahidines. Las pérdidas soviéticas pronto ascendieron a 118 aviones y 333 helicópteros. Finalmente, el 15 de febrero de 1989 el último soldado soviético se retiró de suelo afgano, dejando atrás 14.500 camaradas muertos, a la par que otra superpotencia abandonaba Afganistán. Tras la salida soviética, los muyahidines volvieron a gobernar el territorio como los antiguos señores de la guerra feudales.

Pronto la corrupción, el caos y la violencia se apoderaron de Afganistán. Un movimiento religioso, los Talibán, surgieron como respuesta a estos desmanes que afectaban a los principios morales. Financiados por el millonario saudí Bin Laden y con un profundo resentimiento hacia los países occidentales, que habían armado a las facciones guerrilleras y luego habían hecho bien poco por evitar el caos en el país, comenzaron una campaña de dominación al frente de su líder el Mullah Omar. En septiembre de 1996 entraron en Kabul y se hicieron con el país, arrinconando a los muyahidines de la Alianza del Norte en el Valle del Panshir.

Una vez dominado el país, los talibán permitieron que células terroristas integristas islámicas como Al-Qaeda se instalaran en su territorio. (Hugo A. Cañete, “Alejandro y Afganistán. Reflexiones nuevas para una guerra vieja”, disponible en formato digital: http://www.gehm.es/biblio/alejandro.pdf).

Nota. Algunos expertos creen que la segregación moderna en tribus y facciones feudales de señores de la guerra se remonta al siglo V de nuestra era, cuando la invasión de los Hunos provocó la desintegración de la ley y el orden, provocando el aislacionismo y parroquianismo raíz de la fiereza tribal y de la independencia a nivel microgeográfico y mutua hostilidad que caracteriza la estructura de la sociedad afgana en siglos recientes. Calamidades idénticas tuvieron lugar en los siglos XIII, XIV y XVI con las devastaciones provocadas por el Gran Kan, Tamerlan y Babur respectivamente.

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