¿Paranoia cambiaria?

Reposición de inventario y pago de créditos de suplidores a corto plazo son factores que se producen cada año en los primeros dos meses y que inciden en el mercado cambiario. Es ya un comportamiento tradicional, que no debería sorprender a nadie.&#823

¿Paranoia cambiaria?

Los dominicanos parecemos sufrir todos de una rara enfermedad mental. Entramos en pánico cuando la tasa de cambio sube cinco puntos. Nadie parece estar exento de esta dolencia. La sufre la clase política, el Gobierno, el Banco Central, banqueros,…

Reposición de inventario y pago de créditos de suplidores a corto plazo son factores que se producen cada año en los primeros dos meses y que inciden en el mercado cambiario. Es ya un comportamiento tradicional, que no debería sorprender a nadie. Pero parece que hay usuarios del mercado de divisas que todavía no asimilan ese acontecimiento y se ponen nerviosos, alegando una supuesta escasez de dólares que en la cotización no se refleja, al menos en la proporción de la falta que se dice hay en la oferta de la divisa norteamericana. Los agentes económicos deberían conocer que el inicio de cada año hay menor oferta de divisas y mayor demanda, para no aparentar una paranoia cambiaria.

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Los dominicanos parecemos sufrir todos de una rara enfermedad mental. Entramos en pánico cuando la tasa de cambio sube cinco puntos. Nadie parece estar exento de esta dolencia. La sufre la clase política, el Gobierno, el Banco Central, banqueros, empresarios, industriales, importadores, profesionales liberales, economistas, periodistas, comentaristas, curas, pastores y el pueblo en general.

Es entendible este tipo de paranoia cambiaria durante el primer o segundo año luego de fuertes depreciaciones de la moneda, como ocurrió en el 2003 y principios del 2004 debido a la forma utilizada por el Banco Central en ese entonces para ejecutar el rescate de los depositantes de bancos que colapsaron por prácticas fraudulentas. Lo que resulta insólito es que doce años después, la paranoia cambiaria reaparezca con cada intento alcista de la tasa de cambio.

La semana pasada explicamos que la razón de esta paranoia no puede ser explicada por el supuesto efecto perverso de una depreciación del peso sobre las finanzas públicas, pues un análisis detallado del impacto sobre los ingresos y gastos del sector público apuntaría a una ligera mejoría del balance del sector público consolidado.

Todo parece indicar que el terror a la depreciación de la moneda, independientemente de que la depreciación sea de 0.5% o 1%, lo produce la percepción de que la depreciación de la moneda provocará inmediatamente un aumento de la inflación, reduciendo el poder adquisitivo de la población.

Es cierto que una depreciación de la moneda, al provocar un aumento en los precios de los insumos y bienes importados, da lugar a un efecto de transmisión o transferencia de la depreciación a la inflación.

Claro, la magnitud del efecto en el corto plazo dependerá de lo que suceda o esté sucediendo con otras variables, pues en toda economía el índice de precios al consumidor está conformado por bienes transables y no transables internacionalmente.

En el caso de los precios de los bienes y servicios no transables internacionalmente, la depreciación no es la determinante de su dinámica. Generalmente, estos reaccionan más al exceso de oferta de dinero (oferta menos demanda real de dinero) y al crecimiento real de la economía.

En el caso de la República Dominicana, la participación de los bienes transables en el índice de precios al consumidor (IPC) es de 51.62% mientras que la de los no transables es de 48.38%. En consecuencia, un aumento de la tasa de cambio de 1%, asumiendo que los precios FOB en US$ de los bienes que importamos no cambian, que los precios de los bienes no transables no cambian, y que las empresas pueden trasladar la depreciación sobre los bienes transables sin afectar sensiblemente la demanda, debería producir eventualmente un aumento de 0.516% en el IPC.

Resulta obvio que el impacto podría ser mucho más bajo si por ejemplo el precio en US$ de un bien transable de gran impacto, como sería el precio de los combustibles derivados del petróleo, bajase en el mercado mundial.

En el caso de la República Dominicana los análisis econométricos que se han realizado para estimar el “pass-through” de la depreciación a la inflación muestran que el efecto transferencia para una depreciación de 5% oscila entre 0.7% y 1.3% a los tres meses que haber ocurrido la depreciación, y entre 1.4% y 2.75% a los 12 meses. Estos resultados se obtuvieron analizando la data mensual y/o trimestral en diferentes períodos transcurridos entre 1976 y el 2012 (González -Lora, 1976-1999; Díaz, 1990-1998; Vásquez, 1982-2004; Medina, 1992-2006; Fuentes-Mendoza, 1992-2006; Fuentes-Alemany, 1992-2009; y García Beriguete, 1999-2012). La baja que se ha producido en la relación importaciones nacionales a PIB de 24.3% en el 2012 a 18.6% en el 2016, producto en gran parte de la baja de los precios del petróleo y derivados, permitiría prever que el efecto “pass-through” de una depreciación sobre la inflación en un modelo no lineal, sería todavía menor.

En América Latina, el “pass-through” de la depreciación a inflación, al año de haber ocurrido la primera, es también incompleta y relativamente más baja que en nuestro caso, como ha recopilado Mendoza (2012). Eso explica el porqué Colombia, Paraguay, Chile, México y Perú, a pesar de que en el 2015 registraron depreciaciones de sus monedas de 31.6%, 25.5%, 16.5%, 16.2% y 12.2%, tuvieron tasas de inflación en ese año de 6.77%, 3.10%, 4.38%, 2.13% y 4.40%, respectivamente.

Como se puede observar, no parecería existir una justificación válida para rechazar una postura más flexible en el mercado cambiario que sustituya la rígida administración que pesa actualmente sobre el mismo.

La tasa fija de RD$46 por dólar que el Banco Central ha recomendado a los bancos utilizar para sus operaciones de venta, no está generando el nivel de fluidez que debería exhibir el mercado cambiario dominicano en un año, que como bien ha explicado el propio Banco Central, cerró con un superávit en la cuenta corriente de la balanza de pagos de US$129 millones durante el primer semestre del 2016.

¿De qué sirve una tasa de RD$46 pesos por dólar, exhibida como tótem contemplativo de la fortaleza del peso, cuando cientos de empresas se quejan de que cuando necesitan 50, 100, 200, 300 o 500 mil dólares para pagar sus importaciones, los bancos le dicen que no disponen de semejantes cantidades y que por tanto, sus demandas serán anotadas en una lista de espera? ¿Acaso una actitud más flexible, que pudiese llevar la tasa de cambio al nivel de RD$47 por dólar, por debajo de la tasa promedio de RD$47.21 que se estableció en el Presupuesto General del Estado para el 2016, desataría los demonios de la inflación galopante en el país?
Si utilizamos las estimaciones de muchos de los jóvenes y bien capacitados economistas del Banco Central, tendríamos que concluir que una depreciación del 2.17% que es lo que significaría darle permiso o autorización a la tasa para que se mueva de RD$46 a RD$47 por dólar, produciría un aumento en el IPC que oscilaría entre 0.61% y 1.19% en 12 meses. A julio del 2016 la inflación de los últimos 12 meses era de 1.85%.

¿Llegaría el fin del mundo si, como consecuencia de esta flexibilización, ceteris paribus, la inflación anualizada a julio del 2017 oscilase entre 2.46% y 3.04%?
El Banco Central ha dicho una y otra vez que sigue una meta de inflación y no una meta de tasa de cambio.

Asumamos que sea cierto. ¿Por qué entonces se obsesiona con el mantenimiento de una tasa de cambio fija de RD$46, cuando una depreciación de 2.17% llevaría la tasa de inflación anualizada en julio del 2017 a un máximo de 3.04%, por debajo de la meta de inflación de 4.0% que el propio Banco Central estableció para el 2016?

Podríamos estar haciendo un papelazo internacional si seguimos aferrándonos a este comportamiento de paranoia colectiva. Recordemos que además de los empresarios nacionales y extranjeros que necesitan dólares para pagar sus importaciones, hay inversionistas financieros globales que han comprado en el mercado doméstico títulos de deuda pública (Hacienda, Banco Central y BanReservas) denominados en moneda local y en dólares, que también tienen necesidades de un mercado cambiario que pueda atender sus necesidades para el canje de los rendimientos y el cobro del capital invertido.

No se vería bien que estos últimos sean llevados también a la lista de espera.
Tenemos todos que hacer un esfuerzo y comenzar a tratarnos para sobrepasar esta paranoia cambiaria que repercute negativamente sobre las cuentas fiscales, traba las actividades económicas, estimula las importaciones, afecta las exportaciones de bienes y servicios y limita la necesaria acumulación de reservas de divisas.

Debemos acudir todos a recibir un tratamiento psicoanalítico; algunos, los más obsesivos y desconfiados, tendrán que recibir una buena dosis de clozapina; otros quizás, con una toma de risperidona o ziprasidone, saldríamos adelante. El Poder Ejecutivo dio un paso en la dirección correcta: ha nombrado en la Junta Monetaria a un prestigioso político que se especializó en Psiquiatría y Salud Mental en la Universidad Complutense de Madrid. Administrar el tratamiento psicoanalítico a todos los miembros de la Junta Monetaria sería el primer paso para corregir una política cambiaria que ha requerido el aumento sostenido de la deuda del Banco Central y limitado una mayor acumulación de reservas. Sanada la Autoridad Monetaria y Financiera, la cura deberá ser irradiada a los sectores económicos y al resto de la población. l

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