A veces somos nosotros…

A lo largo de la vida siempre nos pasarán cosas tan buenas como malas. Enfrentaremos situaciones difíciles y otras más sencillas de resolver. Todo ser humano pasa por etapas diferentes, unas de bonanza económica o por lo menos…

A lo largo de la vida siempre nos pasarán cosas tan buenas como malas.
Enfrentaremos situaciones difíciles y otras más sencillas de resolver.

Todo ser humano pasa por etapas diferentes, unas de bonanza económica o por lo menos de tener sus finanzas en orden; otras de crisis financiera, aunque con el alto costo de la vida y los bajos salarios casi todos los empleados deben atravesar las mismas dificultades, es más ya deben estar acostumbrados a llegar al fin de mes o quincena literalmente con el agua al cuello.

A pesar de todo esto, lo que realmente afecta a las personas son las aflicciones del alma, los conflictos de índole sentimental, aquellas situaciones que afectan sus sentimientos. Esa parte de nuestras vidas que no se resuelve con echar manos de una tarjeta de crédito o con pedir un adelanto de sueldo o pedirle a un amigo un préstamo.

La tristeza que provocan la decepción, una traición, la pérdida de un ser amado, las mentiras de alguien en quien confías, son tan poderosas y lastiman tan profundamente que cuando se alojan en el alma provocan un daño considerable, aun cuando su estadía sea breve. Aunque muchas tristezas nos la provocan acciones de otros, quizás al final los responsables somos nosotros mismos.

En muchos casos, porque con nuestra forma de actuar y esa manera de expresar lo que sentimos con toda sinceridad, llevamos al otro a reaccionar de forma agresiva y esa reacción nos hace sentir heridos y seriamente lastimados.

Sin embargo, el lado positivo sería que cuando provocamos esas reacciones, estamos viendo el verdadero rostro de esa persona, escuchamos lo que en realidad piensa de nosotros. Salen a relucir sus sentimientos reales y si estos sentimientos no nos resultan favorables, entonces vamos a sufrir.

Por otro lado, nos hacemos daño cuando idealizamos a alguien, cuando creemos que no sería capaz de tal o cual cosa y luego nos golpea la realidad de que de los humanos nada nos puede sorprender.

Muchas veces, nuestra culpa radica en pretender que los demás poseen el mismo grado de lealtad que nosotros, que asumen el mismo grado de compromiso, que cada palabra que nos dicen es cierta y constituye una promesa inquebrantable. l

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