“La muerte de mi madre me ha marcado para toda la vida”

Mabel Féliz Báez creció en el seno de una familia numerosa, en el remoto pueblecito de Cabral, en la provincia Barahona. A pesar de que su vocación era ser periodista, su padre, un oficial de Estado Civil, le aconsejó que estudiara Derecho, y…

Mabel Féliz Báez creció en el seno de una familia numerosa, en el remoto pueblecito de Cabral, en la provincia Barahona. A pesar de que su vocación era ser periodista, su padre, un oficial de Estado Civil, le aconsejó que estudiara Derecho, y luego de reflexionar, decidió seguir su consejo. Antes de convertirse en profesional del Derecho, gracias a su vinculación con los grupos religiosos, pensó convertirse en moja, por eso, pasó tres meses en un aspirantado y tres meses en un noviciado, pero pronto se dio cuenta que ese no era su lugar.

Después de un largo ejercicio profesional en el área civil, la doctora Mabel Féliz, pasó al servicio diplómatico y más tarde fue designada en el Consejo Nacional de Drogas, donde dejó las huellas de un ejercicio reconocido a nivel nacional e internacional.

En el plano personal, su familia es su gran soporte, sus hermanos y sobrinos la llenan de amor y satisfacción. Su expresión experimenta un notable cambio, al hablar de la falta que le hace su madre. Afirma que, ocho años después de la muerte de su progenitora, aun no supera el dolor que le dejó su ausencia, el cual es más intenso cada vez que llega a su casa, porque sabe que ya no la podrá abrazar, como siempre lo hacía, al final de cada día.

1. De Cabral
Nací en un pueblecito muy lejano, en el sur profundo, en Cabral, que es un municipio de Barahona. Ese es mi pueblecito amado, ahí nací, me crié hasta que ingresé aquí a la universidad. Provengo de una familia, por el lado de mi papá, muy numerosa, somos 28 hermanos de padre; de ellos, ocho somos de padre y madre. Es decir, que soy una afortunada por tener tantos hermanos. Todos nos conocemos, no hay diferencias. Somos una familia muy unida y eso se lo debemos a nuestros padres.

2. Amor y respeto
Mi papá, se llamaba Virgilio Féliz, era un hombre muy cariñoso y amoroso. Él era oficial del Estado Civil, permanecía mucho tiempo en su oficina, pero cuando llegaba a la casa, se sentaba con nosotros a hablar, a jugar a hacernos cuentos. Tenía un alto sentido de lo que era un padre y de la relación que debe existir entre padres e hijos. Mi mamá, Graciela Báez, era modista, tenía muchos clientes. Era muy rígida, muy contrario a mi papá. Mientras mi papá era muy dulce, mi mamá, con mirarnos nos decía todo. Era una mujer muy fuerte. Era una diminuta mujer, pero con un carácter muy fuerte, vivía pendiente de todos los detalles, si habíamos ido a la escuela, si habíamos estudiado, si habíamos ido a la iglesia, si los uniformes estaban correctamente arreglados…

3. La estudiante
Me inicié en el primer curso de primaria, no queriendo ir a la escuela, porque me habían dicho que habían profesores muy malos, que castigaban, y me tocó de profesora una hermana mía de padre, la mayor, que se llama Brígida Doralina Féliz. Esa profesora era muy recta y como era mi hermana, podía decirle a mi papá cualquier cosa que yo hiciera en la escuela y no quería estar con ella, pero por esas cosas de la vida, cuando pasé al segundo curso, no quería irme de ahí, quería seguir con ella. Ella tenía que estar frecuentemente visitándome en el aula, hasta que yo me adaptara al nuevo profesor que yo tenía. Esa fue mi primera etapa. Mi segunda etapa de estudiante la hice en el Colegio San Andrés, que era un colegio religioso. Ahí me fui integrando mucho a la iglesia y a los grupos de la iglesia. En ese colegio terminé mis estudios y pasé a la secundaria.

4. Castigos y pelas
Recuerdo las pelas que me daba mi madre, porque yo nunca me quería comer la comida de mi casa, pero había una vecina, que yo no sé qué era lo que hacía esa señora. Esa vecina llegaba en la tardecita a su casa y cuando ella llegaba, era que se ponía a cocinar. Y esa era la comida que a mí me gustaba. Ella lo que hacía siempre era habichuelas con coco y con guineítos dentro, y eso para mí era la mejor comida del mundo, y mi mamá me pegaba y me decía que yo era una malacostumbrada. Yo desechaba la comida de mi mamá y me gustaba esa comida, entonces mi mamá me pegaba y me decía: “en la casa ajena no se come. Usted tiene comida aquí”. Me daba mi pela. Esas cosas las recuerdo mucho, el pique que ella cogía. Otra cosa que mi mamá me corregía era que a mí me gustaba reírme mucho y andar con ropa un poco pequeña, ella me pegaba por eso y yo lloraba mucho. Cuando mi hermana me veía llorar tanto, había unos clavos, que se le ponen los rieles de los trenes, que son unos clavos fuertes, entonces mi hermana me enseñaba uno de esos clavos y me decía: “mira, ese es fulano de tal”. Un señor que era minusválido allá y yo me moría de la risa con eso. Mi hermana para verme contenta, para que yo dejara de llorar. Pero mi mamá decía: “pero qué sinvergüenza, es que no te duelen los golpes”, y volvía y me daba.

5. Religiosa
Estuve tres meses en un aspirantado y tres meses en un noviciado, en la congregación María Auxiliadora; y fíjate, me salí de la Congregación María Auxiliadora porque yo siempre fui una católica un poco liberal. No me gusta rezar diez Ave María, ni prender un velón. Yo digo que María es una mujer entre todas las mujeres, muy especial, que hay que imitarla, pero yo digo que si rezo un Ave María, no tengo por qué rezar diez, porque se convierte en un relajo. Entonces, ahí como que yo no compartía y busqué un momento para salir, que fue cuando nació mi primer sobrino, del lado de mi mamá, porque del lado de mi papá tengo sobrinos mayores que yo, que no me tocaba salida, estaba en la congregación en el kilómetro 9 y medio de la Mella, y entonces aproveché el que no me dejaron salir a ver a mi hermana que le habían hecho cesárea, entonces, yo tome un taxi y me fui. Después las religiosas fueron allá para que recapacitara, pero no valió. Hasta que salí de la congregación, no de la iglesia.

6. La vida universitaria
Como tenía esa efervescencia de los grupos que participaban en Cabral, me incorporé aquí y yo presidía el Comité de Disciplina de la Facultad de Derecho de la UASD, en ese entonces. Me fui relacionando, nunca pertenecí a ningún grupo en específico, pero sí estaba muy activa en las actividades que los grupos realizaban en la universidad. Terminé mi carrera de Derecho, pero siempre estuve muy atenta a la Iglesia Católica. Nos mudamos en la Zona Universitaria y me integré a la Iglesia Santo Tomás de Aquino, a la cual todavía asisto. Dificultad, como tal no tuve, porque tuve la suerte, yo diría, de que tanto mi papá como mi mamá fueron visionarios. Ellos buscaron una casa cerca de la universidad, en la calle Julio Ortega F. número 11. Nunca necesité abordar transporte público.

7. El Derecho
Cuando terminé la secundaria, mi inclinación era ser periodista. Vivíamos una época donde los jóvenes teníamos una lucha muy fuerte con el régimen de entonces. Pero mi papá me dijo que no estudiara eso, que era muy peligroso, que él me aconsejaba que mejor estudiara Derecho, y como él ya tenía conocimiento, pues era Oficial del Estado Civil, me dijo que era mejor estudiar Derecho. Reflexioné, vine a la capital y estudié en la UASD.

8. Soltera y feliz
Al involucrarme tanto en mis actividades en mi municipio en Cabral y después aquí en la universidad y estar muy cerca de Monseñor Rivas, que yo diría que me ayudó en mi formación… Recuerda que en Cabral, nos involucramos todos los grupos católicos a las actividades sociales. Ese fue un estilo de vida que continué al llegar aquí y me olvidé de que debía formar una familia, pero creo que me olvidé de formar mi familia porque tengo una familia especial, de mucho amor, una familia en la cual tengo todo. Mis sobrinos son para mí mis hijos, así los quiero, así los adoro. No me he casado por elección, a veces pienso que como mi papá tuvo tantos hijos y yo se lo reprochaba siendo muy chiquita, a lo mejor no quise verme en el espejo de las mujeres de mi papá. A lo mejor eso influyó en mi decisión de no casarme. No me arrepiento. Estoy muy bien así.

9. Una bella experiencia
Mi trabajo en el Consejo Nacional de Drogas, lo considero, quizás, como la experiencia más bella que he tenido. Ahí pude crear una serie de instrumentos, de estrategias que se habían perdido. Se creó un plan estratégico que abarcó tanto la política de prevención, la de interdicción y de tratamiento y realmente sentí un interés de los organismos internacionales que trabajan contra las drogas, de que en la República Dominicana se podía tener referente en el Consejo Nacional de Drogas. Fuimos reconocidos, las cartas que nos enviaron de la ONU, del Departamento de Estado de Los Estados Unidos, reconociendo la labor de prevención del Consejo Nacional de Drogas para mí fue de gran satisfacción. Trabajé con un equipo comprometido con pocos recursos económicos, pero con una gran responsabilidad social. Creo que ha sido lo máximo, me siento muy identificada y satisfecha con el trabajo que realicé en esa entidad, con las líneas de acción que allí se implementaron. Siento una gran satisfacción de cuando yo iba al supermercado y me decían: “usted es la de Drogas, qué bien están haciendo su trabajo”. Creo que fue lo máximo, que en mi vida, como persona útil a la sociedad realicé. Yo presidía también el Comité Nacional Contra el Lavado de Activos, y ahí los bienes incautados te dan mucho dolor de cabeza, pero yo siempre he tenido como norma que la ley hay que respetarla.

10. Dolor insuperable
De la pérdida de mi madre, para mí el dolor más grande, no me he recuperado. Es un dolor que no lo superas, que aprendes a vivir con él pero no lo superas. En mi caso, quizás ha sido más doloroso porque no tengo el esposo, no tengo los hijos. Ella para mí era mi todo. Es un dolor que me ha marcado para toda la vida, porque, aun cuando quería mucho a mi padre, él murió siendo yo adolescente, lo sentí mucho, lo sufrí mucho; pero con mi madre, que lo que tiene es ocho años de muerta es más fuerte. Yo llego a mi casa, y la llamo. No he podido superarlo. Yo sé que todos los hijos dicen que tienen la mejor madre, pero la mía fue excepcional. Hoy la valoro en su justa dimensión, porque ¡cuánta enseñanza, cuántos valores nos enseñó! Valores que han perdurado para siempre. Mis hermanos y yo nos sentimos muy orgullosos de nuestros padres. Sobre todo mi madre que fue quien duró más con nosotros.

“Soy la única mujer entre cinco jueces”

A través del Consejo Nacional de la Magistratura, participé, fui muy atrevida  al venir a concursar. Trabajamos en un organismo colegiado, donde soy la única mujer de cinco jueces. En cuanto a la igualdad, puedo decir que nunca me he sentido excluida. Como en todo, tenemos nuestras controversias entre sí, porque eso es normal, propio de la democracia y tenemos conflictos dentro del marco del respeto, y todo de índole laboral, porque no podemos pensar igual, pero nos respetamos mucho. La parte negativa quizás sea que soy muy sensible, y al ser muy sensible, te ves expuesta. Cuando el organismo al cual perteneces es cuestionado, tú te sientes también cuestionada. Entonces, los que te conocen creen en ti, pero los que no te conocen creen todo lo que se dice. Donde todos juzgan por su condición eso es malo. Yo creo que si una persona tiene formación de hogar  no va a flaquear y a mí me enseñaron eso, a no flaquear, a no tener las cosas que no son mías, que debo circunscribirme a vivir con el producto de mi trabajo. Creo que esa parte es la más difícil, el cuestionamiento. La gente dice que ha perdido la capacidad de asombro, yo digo que no, yo no la he perdido, ni quiero que la sociedad la pierda. Quiero que seamos sensibles y con pruebas. Fíjate que nuestras decisiones, muchas son criticadas, pero quienes las cuestionan son los perdedores, pero la cuestionan sin sentido, porque yo no he escuchado una sola con fundamento y que diga cuál artículo fue violado por nosotros. Conocemos asuntos políticos a los que damos soluciones jurídicas. Esta posición es pasajera, mañana nos vamos y vienen otros.

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