“Yo pretendo hacer arte, pero soy apasionado de la docencia”

La pasión por la pintura surgió en Amable Sterling a muy corta edad. La carencia de juguetes lo obligó a entretenerse dibujando y creando sus propios juegos con carreteles de hilos,

La pasión por la pintura surgió en Amable Sterling a muy corta edad. La carencia de juguetes lo obligó a entretenerse dibujando y creando sus propios juegos con carreteles de hilos, cartón o madera de cajas de espaguetis, “creaciones” que luego mostraba con orgullo a sus familiares y amigos. Arquitecto de profesión, cuenta que cursó esta carrera universitaria para cumplir con la promesa que le había hecho a su padre, quien no confiaba en que dedicarse a la pintura fuera un buen futuro para su hijo. Recuerda que deseaba estudiar murales en Florencia o “donde fuera”, por lo que gestionó una beca que nunca logró; y decidió, para no perder el tiempo, ingresar a una carrera que entendía que estaba bien hermanada con la pintura, sobre todo con la pintura mural, es por eso que decide inscribirse a estudiar arquitectura. También estudió una licenciatura en Ciencias Jurídicas, la cual le ayuda a tener una visión más completa del drama humano.

¿Qué similitud existe entre la arquitectura y las artes plásticas?
Las dos son expresiones artísticas en las que puedes sentir cómo te crece el espíritu cuando percibes que el resultado de tu esfuerzo se manifiesta en algo que te da placer, tan sólo de contemplarlo. Claro está, que son medios diferentes de las plásticas, pero artes en sí mismas; lo difícil es llegar a ser amo y señor en ambas, y siempre habrá una en la que te dedicas con más concentración. En mi caso, puedo pintar sin un promotor, pero en arquitectura tienes que esperar que te contrate un cliente.

¿Cómo define su trabajo?
Me resulta difícil encasillarme en un determinado estilo. Pinto como siento y no pretendo hacer nada del otro mundo. En ocasiones me expreso con la figura humana, otras con las texturas, ya integradas en una simbiosis. Pinto principalmente en acrílicas, a veces integro telas de gaza, cabuyas, rejillas; en cerámicas al tercer fuego. De hecho, nunca he querido limitarme dentro de un estilo.

¿Cuál fue la mayor enseñanza que recibió de su mentor, Jaime Colson?
Fueron muchas las cosas que aprendí de Colson, lo mismo que de Domingo Liz. Ambos me dieron un trato tan especial, que hoy, desde mi óptica de profesor, aprecio, como el de un ser privilegiado. El aprendizaje con Colson abarcó espacios, incluso, fuera del taller. Era un hombre culto, con el que se podía pasar largas horas conversando de cualquier tema. De Domingo Liz, no solo aprendí del oficio, sino a dar lo mejor de mí cuando enseño. Su dedicación a mi formación llegaba al grado de llevarme papeles y otros materiales para que yo dibujara. Posteriormente, ya como colegas, teníamos conversaciones sobre arte, mientras nos reuníamos en su estudio, donde disfrutábamos la música de J. S. Bach.

¿Cuál es su mayor pasión?
No sé qué decirte. Yo pretendo hacer arte, pero soy apasionado con la docencia, hasta el punto de que terminé mis estudios en Bellas Artes en 1966, y no presenté una exposición hasta 1984, dieciocho años después. Igualmente, paso largos períodos de inactividad en la pintura, por estar en otras actividades. Ahora bien, cuando se me presentan ideas de cosas nuevas, puedo trabajar en varias obras a la vez. No de manera simultánea, pero detengo la terminación de alguno y paso a trabajar en otro. No es por el afán de hacer muchos, sino que en ocasiones, un cuadro se me enchiva y debo dejarlo para cuando mi estado de ánimo esté en la misma tesitura que el tema del cuadro. Otras veces decido borrarlo, y en el mismo proceso de borrado me surge alguna idea que salva parte del cuadro, en algo que me fascina. Otras veces, mientras lo borro, encuentro algo interesante, me pongo a fantasear desenfadadamente, mientras recuerdo la sentencia de Pablo Picasso: “Yo no busco, encuentro”.

¿Cómo vive el arte cada día?
No pinto todos los días. Sí dibujo a menudo, sobre todo cuando doy mis clases de Taller Creativo en la Facultad de Artes de la UASD, pues mientras mis estudiantes realizan sus prácticas, hago algunos apuntes que luego, cuando les llegue su momento, podrían generar una de mis obras. Soy un hombre hogareño. Disfruto estar con mi esposa, me gusta sentir su presencia en la casa, creo que es algo vital, después de más de 43 años de casados y cuatro de novios siendo vecinos. No me imagino la vida sin su presencia a mi lado. Tenemos un hijo, que nos ha dado tres nietos. Disfruto estar con ellos. Todas las tardes voy a su hogar a participar de sus tareas escolares, es algo que disfruto, lo mismo que cuando preparo algún objeto para jugar con ellos.

¿Qué anécdota recuerda siempre?
Son varias. Una noche, de regreso a mi casa, toqué la puerta de la habitación de mi madre, quien despertó sobresaltada y me preguntó, qué pasaba. Le contesté que había venido pensando que cada noche era lo mismo, que no sentía esperanza de llegar a nada, y que quería irme del pueblo. Me preguntó qué quería hacer. Le contesté que quería estudiar en la Escuela de Bellas Artes.
Me dijo que me acostara, que ya vería qué hacer. Tal vez ella tampoco durmió esa noche. A partir del día siguiente se dedicó a jugar un san, con el que reunió dinero suficiente para que yo viniera a estudiar a Bellas Artes. El dinero no daba más que para pagar una pensión durante tres meses, pero en ese lapso de tiempo, por gestiones del profesor de Dibujo, don Pedro García Villena, y el director de la escuela, Gilberto Hernández Ortega, el Ayuntamiento de La Romana me otorgó una beca de 50 pesos, que luego fue aumentando, cada vez que yo ganaba un premio en Bellas Artes.

Satisfacción
Nunca he lamentado haber invertido mi tiempo estudiando arquitectura. No creo que el profesional deba limitar sus conocimientos en un único campo”.

Recuerdos
La máquina del tiempo tinta los recuerdos de un halo un tanto romántico. Al rememorar a mis compañeros de estudios, siento que ese ambiente de Bellas Artes es irrepetible.”

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